You are currently viewing ¡Ámame como debe ser!

Javier se queja que Amara “tiene muy descuidados a los suyos, a los niños y a mí, todo porque, según ella, tiene mucha pega. Pero yo la veo egocéntrica, piensa sólo en ella, no sabe en qué ando ni qué me pasa. Le he insinuado varias veces que la siento lejos y que la necesito, pero se mantiene distante. Está claro que ya no le intereso!.” Amara a su vez dice que Javier “nunca se interesa por lo que yo estoy viviendo, sólo habla de sus cosas y de sus problemas. Hace tiempo que me tiene muy botada y ya me cansé de pedirle que sea más cariñoso y que me conquiste. Si él cree que así es el amor en el matrimonio, no me interesa”.

Otros ejemplos de reclamos que escuchamos a menudo en la consulta: Tú no sabes amar como se debe; así no se muestra el amor; tú forma de amar no sirve; tú eres incapaz de amar; tú manera de amar es egoísta; si realmente me amaras me lo demostrarías así … y no asá ….

Seguramente que han escuchado más de alguna vez frases como las anteriores. Y es que  solemos estar seguros de que hay una única manera correcta de amar y, por supuesto, esa es la nuestra. Solemos sentirnos con el derecho a exigir no sólo que nos amen, sino que lo hagan de una determinada manera y no de otra. Cuando ello no ocurre así, lo que sucede muy a menudo, concluimos que no nos aman como se “debería”, lo cual a su vez significaría que no nos aman lo suficiente y como eso duele, muchos sucumben al reproche. Pero, ¿cómo fue que alcanzamos tal grado de convencimiento como para que cuando no se cumple lo que esperábamos caigamos incluso en el sufrimiento?

En nuestra sociedad campean implícitamente una serie de mitos y expectativas irracionales en torno a los afectos en general y al amor de pareja en particular, todos los cuales fuimos incorporando sin darnos cuenta – de acuerdo con nuestras características individuales específicas – a partir de nuestras interacciones durante la infancia con nuestro medio socio-cultural, especialmente según el estilo de querer de nuestra familia y después, cuando adultos, según lo que observamos en los entornos y personas con los que elegimos relacionarnos, así como en los distintos sistemas dentro de los cuales nos ha tocado movernos.

De este modo vamos co-construyendo nuestra visión de cómo suponemos que tendría que ser una vida afectiva ideal o apropiada, arribando a determinadas construcciones mentales que, por lo tanto, no provienen precisamente de información científica replicada, sino que simplemente se basan en lo que hemos preferido ir aprendiendo a lo largo de nuestra vida. Mas en nuestro transitar olvidamos que sólo se trata de nuestras creencias particulares y las transformamos en una suerte de dogmas universales de acuerdo con los cuales todos deberíamos comportarnos para poder relacionarnos mejor.

Es desde estas miradas que nosotros los humanos interpretamos la realidad y emitimos juicios. Si la forma de querer de nuestra pareja no se condice con nuestra visión subjetiva de cómo tendría que hacerlo, probablemente nos invada el temor a que nuestra relación no funcione. En otras palabras, lo que sentimos es resultado de lo que pensamos. La lectura que hagamos del supuesto significado de las acciones u omisiones del otro es lo que al final determinará nuestras sensaciones y se sabe que quienes sean dominados por emociones negativas justamente hacia una persona que quieren, sufrirán y la harán sufrir.

Como los miembros de una pareja muchas veces provienen de estilos familiares y personales distintos, es muy alta la probabilidad de que su forma de amar sea diferente y que inevitablemente surjan conflictos. Entonces,  lo que nos dificulta las relaciones con los demás serían nuestras convicciones más profundas del “cómo se debe querer”, lo cual nos puede generar emociones tales como la pena y/o la rabia. Cuando la pareja nos frustra, sentimos que – para salvar la relación – necesariamente tiene que cambiar, siguiendo la lógica de las guerras santas. El panorama se complica aún más debido a que solemos fijarnos más en lo que el otro NO nos da, en vez de centrarnos en lo que sí hemos obtenido y en si estamos siendo recíprocos. Pero veamos ahora algunas de las creencias más comunes en el campo del amor.

Quizás las letras de esos viejos boleros y tangos son las que reflejan más notoriamente determinados mitos aún muy difundidos en nuestra época, como por ejemplo, encontrar a la persona predestinada a nosotros, que nos demostrará su amor tal como yo lo necesito y no a su modo, ese amor que todo lo puede, que si es real será no sólo generoso sino que además esforzado y dispuesto al sacrificio, que será incondicional y que debe ser para toda la vida, so pena de que – si no es así – puede ser catalogable de “perfidia”.

Más concretamente, esperamos que nuestra pareja – siempre o casi siempre – sea cariñosa, esté cerca pero sin ahogarnos, nos considere, nos comprenda, sea empática, esté dispuesta a escucharnos, nos ayude, nos apoye en nuestros proyectos, que no ande con mala cara, que no responda mal … y así podríamos seguir con otra larga lista de expectativas.

Manifestaciones más sofisticadas son aquellas creencias que apuntan a que ciertos ritos, costumbres y modalidades deberían ser practicados de una determinada manera y no de otra, ya que ese sería EL modo en que se debe querer y demostrar el cariño. Si ello no se cumple querría decir que ese amor o no es tanto o no es tan verdadero, olvidando que hay personas que, por temperamento o carácter, son más propensas a aferrarse a estas convicciones y a pasarlo mal cuando éstas se frustran. Por ejemplo, el Eneagrama muestra que tal como existen eneatipos que tienden a creerse superiores, ya sea en el plano intelectual o en el moral, hay otros que se siente superiores en el plano afectivo. No olvidemos lo que dice el proverbio: ¡Vive y deja Vivir!

Ps. Alejandra Godoy

Si te interesa profundizar en este tema, te recomendamos leer el libro “Te amo, pero no te deseo” de los psicólogos y directores de CEPPAS Alejandra y Antonio Godoy.

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