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Papás aprensivos y sobreprotectores, que no dejan crecer y madurar a sus hijos. Familias extremadamente relajadas, que exponen innecesariamente a los niños a situaciones inapropiadas para su edad. Entre medio, un amplio abanico de estilos de crianza. ¿Qué tipo de padres somos? ¿Estamos educando adecuadamente a nuestros hijos? ¿Les estamos permitiendo desarrollarse adecuadamente según su edad?

La psicóloga María Ester Buzzoni, secretaria de estudios de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, indica que una primera reflexión relevante respecto de la madurez o la capacidad de los individuos de alcanzar un desarrollo adecuado a las exigencias del medio para su edad, tiene que ver con la creciente diversificación de los estilos de vida en nuestras sociedades.

“En este sentido, si hace 50 años los sujetos se conducían socialmente de una manera mucho más homogénea de acuerdo con unas etapas vitales en las que estaba más claramente delimitado el tiempo y el tipo de resolución de las tareas vitales, hoy esto no es tan universal ni unívoco. Por ejemplo, se podría proponer que existen en la actualidad múltiples momentos, ritmos y modos, en cada cultura y en cada sujeto, de resolver las tareas de autonomía, la independencia, la identidad, la intimidad, la generatividad, la trascendencia, etc., por nombrar algunas de las tareas propuestas por Erikson a cada etapa del desarrollo psicosocial”, comenta la experta.

Por lo mismo, la especialista indica que “la madurez es un concepto relacionado con la dimensión del desarrollo humano a lo largo del ciclo de la vida. En este sentido, sería un aspecto relativo a las tareas de cada etapa vital y no una característica definida en sí misma”, precisa.

Se deduce, entonces, que una persona “inmadura” sería aquella que no se encuentra suficientemente preparada para afrontar las tareas que le corresponden de acuerdo con su edad. En este punto, se debe reflexionar acerca de las dificultades que pueden experimentar algunos niños para alcanzar un desarrollo adecuado de sus capacidades para enfrentar distintas exigencias. “Ellas deberían ser evaluadas de acuerdo con el impacto subjetivo que tienen y no tanto en función de una regla universal”, aclara Buzzoni.

Tipos de crianza

Existen contextos familiares que propenden al desarrollo de los niños, aunque esto no siempre es homogéneo, es decir, los valores y estilos de vida familiar pueden promover el desarrollo de determinados tipos de destrezas o capacidades en los niños por sobre otros: por ejemplo, familias que fomentan la autonomía y la responsabilidad, y otras que centran su atención en el desarrollo de la creatividad”, señala la psicóloga de la Universidad del Pacífico.

Sin embargo, agrega que es importante establecer que no existen mejores o peores estilos de crianza, sino estilos centrados en diversos aspectos del desarrollo de los niños.

Sobre cuáles son las dificultades familiares para infundir confianza en los niños, la académica de la Escuela de Psicología de Universidad del Pacífico indica que pueden originarse en cuestiones de orden cultural o biográfico. “Es decir, pueden ser modos de relación establecidos transgeneracionalmente, o pueden basarse en experiencias dolorosas o traumáticas que impidan a los propios padres confiar en los recursos de los niños para enfrentar las experiencias de la vida. De este modo, nos podemos encontrar con padres que por diversas razones prefieran resolver las posibles dificultades antes que el niño siquiera las enfrente, y otros padres a los que se les haga difícil tolerar el error y que prefieran evitar que los niños se equivoquen, estableciendo relaciones muy controladoras”, comenta.

Por otro lado, María Ester Buzzoni plantea que existe otro tipo de experiencias familiares completamente opuestas, que pueden dificultar el desarrollo de los niños debido a la exposición de los pequeños a dificultades que los exceden en sus recursos. “Son los contextos donde existe el maltrato, el abuso o la exposición de los niños a experiencias traumáticas de diversa naturaleza. En tales experiencias, es posible que se instale en el niño la vivencia de no ser suficientemente capaz y un aprendizaje traumático de los límites de sus recursos. En lugar de enjuiciar la situación como inapropiada, se experimentará a sí mismo como inapropiado o insuficiente”, advierte.

En consecuencia, el acompañamiento del desarrollo del niño requiere siempre de un ajuste, de un vínculo con los cuidadores que les permita, en su rol de adultos responsables, calibrar las tareas y desafíos en función de los recursos del niño.