Hace no mucho tiempo la homosexualidad estaba incluida en los manuales de psiquiatría como un trastorno mental. Ciertas prácticas sexuales, como el sexo oral o la masturbación, fueron consideradas parafilias hasta mediados del siglo XX.

La mayoría de mis pacientes, si hubieran nacido y crecido en una isla, lo más probable es que habrían logrado adaptarse a sus tiempos, ritmos, formas, tamaños y necesidades y no estarían buscando que los rescaten para visitar a un sexólogo.

Hasta los años 60 la eyaculación precoz no era considerada como disfunción, porque no tenía importancia, a los hombres no les interesaba su control eyaculatorio y al parecer a sus parejas tampoco.

Y antes de que la “creáramos”, en los años 50 el biólogo estadounidense Alfred Kinsey -autor del informe Kinsey y de quien se hizo una película el 2004- hablaba de los eyaculadores precoces como súper hombres, que nada tiene que ver con el súper hombre planteado por Nietzsche, o los superhombres del cine o de las historietas, sino que lo explica desde la biología, la capacidad de adaptación y como un hombre que iría en pro de la preservación de la especie. Porque si nos remitimos al mundo animal en general, todos eyaculan mucho mas rápido que nosotros.

¿Para qué? Para poder realizar la copula rápidamente antes de ser atacado por otro animal y volver a cazar, recolectar alimentos u otra tarea en pro de la supervivencia. Pero las cosas han cambiado: rara vez somos atacados por animales mientras tenemos relaciones sexuales y hemos desarrollado múltiples formas de adaptación que nos permiten estar más protegidos. Con los humanos las cosas son al revés: lo más probable es que si la copula dura muy poco, como ocurre con nuestros amigos los animales, tengamos menos posibilidades de copular y así no podamos ni pensar en preservar la especie.

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Psicólogo y Terapeuta Sexual Rodrigo Jarpa

@rodrigojarpa