He titulado de la manera más siútica posible esta columna para reírme de mí y de tantos chilenos que cada día estamos más arribistas. Tal como lo imaginan, ese adjetivo viene del francés “arriviste”, que usa como base el verbo “arriver” (llegar) y se refiere a una persona que progresa en la vida por medios rápidos y, a veces, sin escrúpulos. Estoy convencido de que no hacemos más que empeorar en este aspecto, y para afirmar la tesis, me baso en algunas observaciones.

La primera: una revista local no tiene corresponsales en otras partes del mundo. No, eso sería rasca. Ellos tienen un “bureau”, palabra que en francés significa despacho u oficina, y que al parecer suena más interesante que decir que reciben  una boleta de honorarios vía mail de su periodista en el extranjero.

La segunda: otra revista local propone un artículo sobre los códigos para entender el mundo de la abogacía al que presentan como “Style guide for chilean young lawyers”. No es claro qué es más siútico, si el texto o el planeta elitista y muy poco meritocrático en el que se desenvuelven ciertos licenciados de nuestro país.

La tercera y más sabrosa de todas: los family stickers. Así le llaman los gringos a esta moda de pegar autoadhesivos en el vidrio trasero del auto – hoy una verdadera tendencia en Chile- indicando cuántos miembros tiene la familia, cuántas mascotas y el pasatiempo preferido de cada integrante del clan. Si ya es evidente que entregar tanta información le va a hacer la pega más fácil a los delincuentes, este fenómeno social absolutamente exhibicionista es, además, de un arribismo que llega hasta la médula.

Muy simple: ¿qué significa una camioneta 4 x 4 con un sticker donde aparecen dos padres y cuatro hijos? Varias cosas: por ejemplo, que tenemos plata para una 4 x 4, porque además tenemos plata para tener cuatro hijos, pero además somos una familia “bien” constituida con papá hombre, mamá mujer y súper casados. Kilos de subtexto en un autoadhesivo. Se trata de un sticker que grita pertenencia, que nos cuenta a todos nosotros que ellos, esa familia en cuestión, sí pertenece al grupo de los elegidos (o, al menos, eso intentan). Pero por si quedan dudas, mejor agreguémosle al papá unos palos de golf (aunque nunca haya jugado) o unos esquíes (aunque el único slalom que hizo en su vida fue en cuña y evitando un poste).¿Sonó arribista? Ya lo dije, el problema es endémico y casi nadie se salva, menos este columnista.

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Pero cuidado, no respire aliviado sólo porque usted no tiene un family sticker en su auto. Primero hagamos un check list (cursi, no?) de otros autoadhesivos que lo podrían hacer sonrojar. ¿Anda con la calcomanía del Grange, del Verbo Divino, del Santiago College o del San Benito en el auto? ¿Mmmm? ¿No le parece que poner ese sticker es, en el fondo, lo mismo? Es decir, gritar a los cuatro vientos que tengo las 400 lucas para pagar la mensualidad. ¿Y qué me dice del autoadhesivo que le dan cuando paga la patente de Zapallar y que está muy bien ubicado en el vidrio? Es cierto que sirve para que no le cobren el estacionamiento en esa playa (si digo balneario, me matan), pero también podría guardarlo en la guantera, ¿no? Tranquilo, el arribismo en Chile es transversal, mal de muchos, porque somos consumistas e inseguros desde el E hasta el ACB1.

Lo dijo brutal pero certeramente Jaime Baily hace no mucho tiempo: “Los chilenos me caen mal por trepadores, arribistas e hipócritas”. Sin duda fue parcial, subjetivo y omitió nuestras bondades, pero dudo que el misil haya estado mal dirigido. Pienso en cómo cada generación se las ha arreglado para disfrazar su origen y arreglarlo. ¿Un ejemplo? Morandé suena hoy como un apellido elegante en Chile. ¿Sabe de dónde viene? De la calle. Literalmente. La calle Morandé se llama así porque en la esquina con Moneda, el señor Juan Francisco Brian de la Morandais (que se pronucia morrandé en español) poseía un terreno que luego, en 1908, fue vendido a los dueños del Diario Ilustrado y que posteriormente se convertiría en la actual Intendencia de Santiago. Para que vea. Es cosa de tiempo, mala memoria y algo de empeño. Y si no, lo tapamos con un estiquer.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl