“Mi amor, me voy caminando a la pega. Antes de que nos juntemos a almorzar en el departamento, paso a buscar las cosas a la tintorería, ¿ya? Ah, oye, ¿te tinca si en la tarde vamos a ver esa exposición al museo?”.

Esta conversación, que suena bastante cercana a lo que uno imagina como calidad de vida, evidentemente no podría darse entre una pareja que viva en Puente Alto, Chicureo, La Pintana o Buin. Pero sí entre dos personas que estén pagando un crédito hipotecario de mil o dos mil UF por su departamento en Santiago Centro. Desde que en 1992 la Municipalidad de Santiago y una organización especialmente creada con fines de recuperación urbana se pusieron las pilas para repoblar y renovar el centro de la capital, son miles las familias e individuos que han podido acceder a vivir en un lugar que está cerca de todo, con infinidad de servicios a la vuelta de la esquina, más cultura, más seguridad y un infinito ahorro en tiempos de viaje.

Y sí, tal como muchos de ustedes lo piensan, yo también opino que la mayor parte de los edificios que se han construido en los últimos quince años en esta parte de la Región Metropolitano son feos, demasiado grandes y que las cosas podrían  haber sido mejor pensadas, planificadas y fiscalizadas desde el principio. Pero es fácil estar sentado en una casa 15.000 UF en Vitacura (esas son las casas “baratas”, es de ahí hacia arriba) hablando sobre el mal gusto de tal o cual constructora, cuando lo cierto es que hubo que subsidiar con plata a las inmobiliarias para que hace veinte años quisieran invertir en nuestro centro histórico, en tiempos en que la zona se encontraba altamente despoblada y era peligrosa.Lo cierto es que estas moles de cemento cambiaron las cosas: densificaron nuestro “downtown” y le dieron la opción a muchos de vivir mejor por poca plata.

En la tesis de Magíster en Desarrollo Urbano del chileno David Assael,  dice que “se ha demostrado que lugares con mayores densidades permiten que se localice una mayor cantidad de servicios accesibles a distancias caminables, esto reduciendo el uso del auto y contribuyendo a la sustentabilidad urbana”. ¿Pueden imaginar lo distinta que es la vida para alguien que trabaja, por ejemplo, en Providencia, Ñuñoa, La Reina o Barnechea, si su hogar está en Cerrillos o en Santiago Centro? Por lo bajo, dos horas de micro diarias adicionales y la imposibilidad de tener algún tipo de contacto físico con la familia en todo el día.

Es muy fácil que Vitacura aparezca en los Indicadores de Calidad de Vida Urbana (ICVU) como la comuna con mejor entorno, conectividad, vivienda y movilidad. Basta con que los vecinos voten una y otra vez para que se prohíba cualquier medida que huela a aumento de densidad. Así, no hay edificios altos, las casas siguen costando una fortuna, sólo puede llegar gente con alto nivel adquisitivo y todo es lindo, inmutable, inalterable. Y tremendamente egoísta. Porque el privilegio de pocos es la veda absoluta para todo el resto.

Por eso, con todas las deficiencias que pueda implicar, me declaro un admirador de la extraordinaria oportunidad que da el centro a los santiaguinos. Es, por lejos, el mejor lugar para vivir si uno no puede acceder al club de los privilegiados de la zona oriente: tienes metro al lado, así como colectivos, micros y taxis; puedes desplazarte en bicicleta o a pie, las canaletas de las calles jamás colapsan, vives a cuadras del Museo de Bellas Artes, del MAC, del GAM, del MAVI y de la Estación Mapocho; tienes cines, teatros, restaurantes, farmacias, las librerías de Huérfanos, la Biblioteca Nacional, centros comerciales, avenidas comerciales y todos los servicios posibles; puedes ir al Cerro Santa Lucía, al Parque Forestal, a la Quinta Normal, al Parque O´Higgins; comprar en La Vega y tomar un terremoto en La Piojera. Estás en contacto con la gente, hueles lo que pasa en la ciudad (manifestaciones, festivales, marchas), ves a los turistas, caminas entre escolares y universitarios.

En pocas palabras, puedes tener una mejor vida. Más estimulante, más rica, más entretenida, con más tiempo para lo que quieras. Y como esas moles  -ciertamente feas, evidentemente gigantes-  tienen tantos cientos de departamentos, eso permite que tú puedas tener el tuyo por treinta palos. No es perfecto. Podría ser mil veces mejor. Pero es lo que hay. Y no es poco.

Por Rodrigo Guendelman

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