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Un gran amigo me manda un artículo del New York Times cuyo título es “Darwin was wrong about dating”, algo así como “Darwin estaba equivocado respecto de la conquista (sentimental y sexual, no la de Cristóbal Colón)”.

Leo dos párrafos y me tiritan los dedos por escribir. El texto pone en duda ese paradigma que dice que los hombres piensan más en sexo que las mujeres. Desde esa hipótesis, tan habitual entre los psicólogos evolutivos, se busca evidencia para confirmar el pre-juicio. Una vez conseguidas ciertas estadísticas y estudios al respecto, se construye una teoría para explicar porqué nosotros somos, en pocas palabras, unos degenerados.

Darwin escribió en “El origen del hombre y la selección en relación al sexo” que, al competir por pareja y sustento, la selección natural creó machos más creativos, más pillos, y hembras más tiernas, más empáticas. Por eso, explicaba Mr. Charles, los hombres buscan poder y dinero mientras que ellas se quedan en la casa.

Cien años después, los seguidores de Darwin no tienen empacho en decir que los hombres son menos selectivos respecto de con quién se acuestan, que nos gusta más el sexo casual que a las mujeres y que tenemos más parejas sexuales en la vida. Todo eso, que parece tan obvio, tan repetido y aprehendido, no es tan claro. No, no, no. En su brillante artículo del New York Times, Dan Slater da ejemplos contundentes al respecto. Uno es un estudio de 2003 en el cual dos psicólogos usan un detector de mentiras para preguntarle a diferentes personas sobre su historia sexual. Cuando el detector no se utiliza, las personas contestan tal como uno supondría que lo harían, es decir, con las habituales diferencias de género: los hombres tienen más pasado que las mujeres. Pero al usar el detector y, por lo tanto, estar conscientes los entrevistados de que pueden ser descubiertos, desaparecen las diferencias. Es más, las mujeres ganan con 4.4 parejas en promedio versus 4.0 los hombres.

En otro estudio de 2009, acerca de qué tan selectivo es cada género, se cambiaron las reglas del juego de un Speed Dating, esa dinámica en la que las mujeres se sientan en un lugar y son los hombres los que tienen que ir rotando de puesto con un límite muy corto de tiempo para presentarse y tratar de conquistar. Al dar vuelta la situación, o sea, al ser los hombres los que se quedan fijos y las mujeres las que rotan, los investigadores notaron que las mujeres se volvían menos selectivas y se comportaban bastante más parecido al estereotipo masculino y que, por el contrario, ellos se ponían más selectivos y se comportaban muy parecido al estereotipo femenino.

Un tercer estudio se refiere a un caso de 1989, en el cual jóvenes de ambos sexos de una universidad eran abordados por gente de su mismo campus, quienes les decían “te he visto por los pasillos, te encuentro atractivo@, por lo que te propongo tres cosas: a) salgamos esta noche? b) quieres venir a mi pieza esta noche? c) quieres acostarte conmigo esta noche? Frente a la pregunta a), tanto hombres como mujeres contestaron afirmativamente en el mismo porcentaje. Frente a la pregunta b), más hombres dijeron que sí. Y frente a la c), ninguna mujer dijo sí, en cambio un 70% de los hombres aceptó. Esos resultados, que se consideraron definitivos durante varias décadas, fueron impugnados por la psicóloga Terri Conley, quien explicó que el estudio -base fundamental para afirmar que los hombres tienen una mayor inclinación al sexo casual que las mujeres- era una vergüenza (en realidad estoy proyectando, ella dijo “less than ideal”). Y explicó que “nadie se para en la mitad del patio y te dice “tiremos?”, sino que se necesita un contexto”. En cambio, si le preguntas a la gente qué haría ante una determinada situación, las cosas son muy distintas. En su investigación, Conley demostró que cuando hombres y mujeres reciben invitaciones sexuales de gente famosa, o de gente cercana de la cual han escuchado que son buenos en la cama, las diferencias por género se reducen a cero.

¿Se dan cuenta? La psicología evolutiva nos ha estado metiendo el dedo en la boca por años. Ahora que estamos en una época de tanta igualdad entre géneros, entonces asumamos que así como somos iguales en la pega, en la crianza, en los salarios y en las responsabilidades domésticas, también somos igualitos, unos verdaderos siameses, en la cama, el sexo y la calentura.

Por Rodrigo Guendelman

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