No me gusta el fútbol. Especialmente lo que tiene que ver con ir al estadio, ver partidos en televisión, sufrir por la selección, hablar de “las madres”, “el bulla”“los cruzados”“pasión alba” y todo ese tipo de nomenclatura pelotera. Jugar baby siempre me pareció entretenido pero ver, hablar y comentar fútbol jamás lo he encontrado interesante.

No tengo paciencia para estar 105 minutos sentado, comiendo papas fritas y tomando cerveza, mientras varios tipos que expelen testosterona miran ansiosos un televisor. No me gustan los camarines de hombres, cada vez me aburro más en los Clubes de Toby y, en general, me parece que juntar demasiado pelo en pecho en un solo lugar, sin presencia femenina, es una verdadera lata.

Es más, el sábado pasado mientras Chile jugaba con Bolivia, yo figuraba en una feria de decoración con mi hija, mi señora, mi mamá, mi tía y mi cuñada. Un verdadero Club de Lulú. Y, claro, me alegré cuando supe que Chile había ganado. Pero era como si me hubieran contado que el empleo mejoró en España. Bien, qué bueno, pero a los tres segundos ya estoy pensando en otra cosa.

Escribo esto por lo siguiente: estamos en una semana entre partidos de selección, donde casi lo único que se habla y se tuitea y se comenta y se discute es eso. Y, siento, en realidad siempre he sentido, que en Chile ser hombre y no apasionarse por el fútbol es raro, políticamente incorrecto, digno de un mariconcito, como a veces dicen los tipos más rudos (y más tarados).

No es que a estas alturas me preocupe el bullying, que lo recibo y lo seguiré recibiendo –en forma cariñosa, pero bullying al fin– de todos mis amigos. Lo que sí me interesa es otra cosa: estoy convencido de que somos varios los hombres que no conectamos con la pelotita,  que no nos interesamos y que no nos calentamos con esta materia. Pero es algo que no se dice porque es poco viril

Somos una gran minoría silenciosa que muchas veces está dispuesta a mentir –“Sí, buen partido, grande Chile”– e incluso a hablar en plural – “qué bien jugamos”– para zafar, para que no nos jodan, para pasar piola, para ser uno más y que no nos indiquen con el dedo. ¿Seres discriminados? De alguna manera, sí. No como para invocar la nueva ley, pero sí para tomar medidas.

Propongo, compañeros de la incomprensión, camaradas víctimas de la heterosexualidad normativa que permea hasta las más sutiles capas de la cultura popular, que hagamos algo concreto, directo y brutal: salgamos del clóset.

Confrontados a ver un partido con los compañeros de la oficina, los amigos del colegio, los compadres de la universidad o los primos y los tíos, digamos en voz alta, “no me interesa el fútbol”. O “no gracias, tengo algo más interesante que hacer que gastar dos horas en eso”. O, si lo prefieren, riámonos de nosotros mismos, demostremos nuestra auto confianza y digamos, simplemente, “no gracias, soy niñita”.