Nos está pasando. A muchos de mis amigos, a mí, a gente que escucho o leo en los medios, a famosillos de Hollywood. A cada vez más hombres -y mujeres, pero eso es tema para otra columna- del planeta. Estamos debutando como padres a una edad que nunca antes dio para hablar de tendencia, pero hoy sí. No se trata solamente de una brisa engañosa o una impresión subjetiva.

Maestros en la capacidad de ponerle nombres a las nuevas corrientes, a las “trends” como las llaman ellos, los estadounidenses ya bautizaron este asunto con el nombre de Old new dads o Viejos padres nuevos. Tal cual. Señores de 38, 40, 43 y hasta 45 años que por primera vez nos vemos enfrentados a tétes, litros de baba (la del hijo, no la del emocionado padre), Hipoglós, el canal Baby TV, cocós (muchas guaguas llaman así a los pájaros), guaus (perros), ñás (así llama mi hija de casi dos años a los gatos), termómetros que se ponen en la oreja, Winasorb (paracetamol de niños), monitores para escuchar el llanto a distancia, jardines infantiles que valen lo mismo que un colegio, flores de Bach para tratar de que la criatura duerma alguna vez más de tres horas seguidas, planes de urgencia con clínicas varias para cuando les dé su primer virus sincicial y una infinidad de conceptos, términos y ocupaciones frente a los que debutamos con algo de perplejidad, energía y cansancio, entusiasmo e impericia, ganas de hacerlo mejor que nuestros propios padres, miedos, ansiedades y kilos de amor.

Suena difícil, más allá de todos los espectaculares beneficios que tiene ser padre y sí, lo es. Es duro, cansador y desafiante. Pero he aquí justamente la piedra angular de una tendencia que llegó para quedarse: ser papá viejo te da muchísimas más herramientas para ocuparte de tamaña responsabilidad y no quedar magullado en el intento.

¿Argumentos? Veamos. Todo indica que se trata de un momento en la vida donde tienes mayor estabilidad laboral. No debiera ser lo mismo la pega y el patrimonio, o al menos, la expectativa de flujos futuros (¿ven que hice un MBA?), a los 44 años que a los 23. Es decir, un papá viejo tendría que estar menos desesperado frente a la lista de pagos que implica un hijo que un recién egresado o un muchacho que lleva pocos años construyendo currículum.

Menos estrés por las finanzas, mayor control del horario y más probabilidades de contar con algún tipo de ayuda doméstica son sinónimo de un padre con mejor calidad de vida, uno que ve crecer a sus niños de cerca y no de un tipo de progenitor que se entera de que fue papá cuando la niñita hace su fiesta de 15.

Sigamos. Un Old new dad prácticamente no siente costo alternativo ni nostalgia por dejar de salir en las noches, por perderse el carrete antes obligado del jueves ni por llegar a la casa de vuelta de una fiesta a las cinco de la mañana. Eso ya fue. Y hubo harto, lo necesario como para decir next!

Tercero: eres lo suficientemente mayor para comprender que no te las sabes todas. Eso te da madurez, cierta sabiduría, humildad para criar y paciencia para educar. Y un hombre más curtido es un tipo que tiene más cosas que enseñar. Ergo, cuanto más recorrido, más parecido es el papá a una mezcla de padre-abuelo: sabe oír, pero también exige disciplina, se hace el espacio para jugar y al mismo tiempo, pone límites con el fin de ayudar a construir el carácter de su heredero, mima y corrige.

Cuarto: puede parecer algo cansador, pero el hecho de que un papá maduro sea más aprensivo, en buen chileno, más urgido por sus hijos, le aumenta a ese niño las probabilidades de sobrevivencia. Es decir, hasta lo que podría parecer un defecto termina siendo otra de las bondades de la paternidad tardía.

Por último, una consecuencia indirecta, pero muy positiva: cuanto más viejo el padre, mayor la posibilidad de que la madre sea también más grande y madura. Y, en esto dudo de que alguien pueda estar en desacuerdo, cuanto más adulto un ser humano, más sabe lo que quiere, lo que no quiere, para dónde va y para dónde no. Todas, cosas que agregan razones para pensar en un vínculo más estable y duradero. Algo demasiado sensible para los hombres, pues al dejar de vivir con nuestros hijos somos nosotros los que más perdemos con el divorcio. ¿Le quedó claro? Respire hondo, use camisinha, tenga paciencia y sea papá viejo. Se lo dice un amigo en su camino.

Por Rodrigo Guendelman

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