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Desde que nació, hace 94 años, ya se veía que tenía un futuro promisorio. Se jactaba de ser la mejor alumna en el colegio, luego de ser la mejor alumna en las clases de francés y así empezó una vida donde su capacidad emprendedora la llevó a formar un verdadero imperio junto a su marido, Don Jesús Huidobro….ellos son mis abuelos.

La Ula querida se casó a los dieciséis años. Era la costumbre de la época y el joven español, 15 años mayor que ella, la había cautivado. Al poco tiempo formalizaron su relación y comenzaron una historia de esfuerzo donde la dedicación y el amor por el otro fue la base para salir adelante y criar a sus cuatro hijos en la bella ciudad de Puerto Montt.

La Ula tejía de noche y vendía de día. Volvía a tejer de noche y volvía a vender de día. Las prendas para guaguas que terminaba a veces cerca de las cuatro de la madrugada se vendía como pan caliente desde las ocho de la mañana del día siguiente. No alcanzaba a pasar un día sin tejer porque la demanda en el frío sur chileno le impedía olvidarse de los palillos y los puntos cruz o el crochet. Era solo el comienzo de la biografía de mi familia.

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La Ula era de ambiciones grandes y sabía que si o si sus hijos serían profesionales destacados en diferentes ámbitos de la sociedad chilena. Era una verdadera matriarca donde sus decisiones eran acatadas. Es por eso que no dudó en trasladarse con sus cuatro hijos a la capital donde el mayor, Ronald, estudiaría medicina. Jesús, su marido, tendría que quedarse en Puerto Montt cuidando de los negocios familiares que a esa altura de la historia ya era una ferretería, venta de zapatos y telas, como también ropa. Además, poco a poco fueron adquiriendo un precioso campo a las afueras de Puerto Montt, el cual se convirtió en mi lugar favorito, donde más feliz soy. No me cabe duda que nada de eso se hubiese logrado sin las manos trabajadoras de la Ula y ese espíritu aventurero.

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Cada cierto tiempo volvía a Puerto Montt a ver a su marido y se jactaba de ser la mujer más elegante de esa ciudad, cosa que no puedo poner en duda porque efectivamente es recordada de esa forma entre los vientos fríos de la zona.

Los negocios iban cada vez mejor y eso le permitía a la Ula recorrer el mundo de la mano de su hija. Algo no habitual para la época. Y gozaba contando historias de princesas y reyes europeos, de telas bordadas a mano especialmente para su hija querida, Rosita, mi bella madre.

Entre tanto lujo la Ula nunca olvidó su vocación de servicio. Ya en Santiago ingresó a la Cruz Roja, donde realizó una destacada labor, enseñando a las generaciones entrantes sobre las materias que todas debían aprender. Conoció la Escuela de Ciegos Helen Keller y aquellos niños sin la posibilidad de distinguir colores se hicieron parte de su vida. Nunca más los olvidó y en forma voluntaria trabajó junto a ellos y gracias al esfuerzo familiar pudo hacer donaciones lo que permitió ampliar la escuela en diferentes ámbitos.

El lunes 25 de abril la Ula querida se fue. Hace tiempo que ya manifestaba que estaba cansada y que quería partir junto a su marido y su hijo, que ya se habían ido. Sus manos estaban cansadas….tantos años de trabajo, tantos años de esfuerzo….y en un respiro tierno, cariñoso, sin sobresaltos y tomada de mi mano, mi abuela se me fue…

Caro Guida.

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