Hoy vamos a hablar del amor. Probablemente muchas/os de nosotras/os hemos transitado por circunstancias o contextos amorosos que nos han mantenido acostadas/os en la cama por semanas, sin ganas de comer, o con muchas, sin ganas de trabajar, sin poder dormir, en fin, sin ganas de nada. Junto a esto, buscamos todos los objetos o artefactos  que nos recuerden a nuestro enamorado y acompañamos este interesante cuadro, con la música romántica que escuchábamos cuando estaba todo bien, nos agarramos el pecho sintiendo que el corazón está partido en dos y pensamos que efectivamente la vida perdió todo su sentido. Claramente todos los seres humanos tenemos un dejo masoquista que nos lleva a realizar todas estas acciones (que luego de aproximadamente 6 meses, o menos, nos parecen tan descabelladas y hasta ridículas), pero que sin embargo son emociones fuertes que nos permiten sentirnos vivas/os en momentos que ya ningún estímulo pareciera tener el poder sacarnos de esa situación.

Es interesante ver, lo que le ocurre a uno como terapeuta cuando estos individuos entran a tu consulta. La sesión dura entre 45 minutos a una hora, y efectivamente en casos como estos, uno pareciera sentir que el cuarto podría llenarse de agua y ahogarnos a ambos/as, de todas las lágrimas que brotan de los ojos de los pacientes. En estas situaciones siempre suelo pensar en una de mis películas favoritas “El eterno resplandor de una mente sin recuerdos” (Michel Gondry). En ella se ve la posibilidad de que a través de un proceso tecnológico, se pueden borrar todos los recuerdos relacionados a la relación amorosa, como también a la misma expareja, con el fin de cortar el sufrimiento extremo de amor y avanzar como si nada hubiese pasado. Por supuesto si esto existiera, los psicólogos no tendríamos trabajo, pero quizá se ahorrarían muchos accidentes, suicidios y femicidios, producto de estas penas monstruosas que llegan a producir cambios incluso a nivel cerebral.

Hace algunas semanas estuvo en Chile la antropóloga canadiense e investigadora del comportamiento humano, Helen Fisher, quien lleva aproximadamente 30 años estudiando relaciones amorosas en aproximadamente 58 culturas. Trajo a nuestro país, los resultados de su última investigación, donde estudio los cerebros de un grupo de personas que estaban en pleno enamoramiento, los que estaban “despechados por amor”, y los que llevaban más de 20 años juntos. Todo esto a través de tomografías cerebrales (scanner) y un arduo trabajo investigativo.

Algunas de las conclusiones del estudio, fueron precisamente la notable implicancia de los neurotransmisores en el amor y el desamor. Por ejemplo, que la serotonina es la encargada de controlar impulsos y comportamientos obsesivos, la dopamina, neurotransmisor encargado de las sensaciones de placer y refuerzo que nos motiva a hacer aquellas actividades que nos parecen placenteras, que Fisher también asoció con el amor romántico, y la noradrenalina, encargada de los estados de vigilia y euforia, serían los principales agentes cerebrales de todo lo que siempre hemos creído, está relacionado con “problemas del corazón”. Por lo mismo, descubrió que en el enamoramiento, o sea, los maravillosos primeros meses de una relación, la dopamina y la noradrenalina están en altos niveles, generando esa necesidad dependiente de estar las 24 horas del día con la persona, demostrando según Fisher, las mismas características adictivas, que un drogodependiente tiene con su droga. A la vez, que la serotonina es la que compensa esta pasión extrema, bajando los niveles de obsesión y dependencia.

¿Qué nos entrega este estudio? Que efectivamente podría aparecer algún “parche curita” que actúe como la máquina de la película, y logre recoger del suelo, a todas esas personas que perdieron la razón de vivir, por perder a su amor.

Si lo que se necesita para bajar la sensación de necesidad por la persona (dopamina), es serotonina, bastaría con aumentar los niveles de serotonina en el cerebro. ¿Qué lo aumenta? Los antidepresivos. Los que actúan a nivel serotoninérgico, bajan la dopamina y lograrían por lo tanto bajar la necesidad del vínculo afectivo.

Nuestro país es un consumidor notable de antidepresivos comparado con otros países del mundo, ¿qué pasaría si asociáramos que también, somos uno de los países con altos índices de divorcio (8 de cada 10 matrimonios) en el mundo? Podríamos hipotetizar, que por este sobreconsumo de sustancias que nos bajan la intensidad de necesitar a otro, hemos ido perdiendo la capacidad de enamorarnos y por lo mismo, de tener las ganas de luchar por una relación amorosa.

En Italia, ya se está investigando del tema, y en un estudio realizado a 15 chicos de 23 años de edad y “despechados por amor”, el uso de serotonina en píldoras pareció sugerir un efecto clínico favorable.

Pareciera ser que cada día tenemos más píldoras para superar todo. Pero inevitablemente me pregunto; ¿Qué realmente pasaría si nadie sufriera por amor?  Neruda jamás habría escrito poemas, Botticelli no habría pintado a su musa, y las canciones de amor perderían la capacidad de “ponernos piel de gallina”…no las entenderíamos.

Bueno, para finalizar les cuento que del estudio de Fisher, entre los cerebros de los recién enamorados y los que llevan más de 20 años juntos, no había mayor diferencia, lo que demuestra que un vínculo duradero, tiene que ver con querer y hacer cosas por tenerlo.

Nerea de Ugarte López.