Ser un caballero tiene reglas eternas y otras que dependen del contexto. Esta columna se propone revisar cómo es hoy un macho chileno con buenos modales, espíritu cívico y don de gentes. Un hombre que, sin haber memorizado el Manual de Carreño, sabe o intuye qué corresponde hacer y decir en determinados momentos. Considerando que es casi evidente que los caballeros son pocos y que cada vez quedan menos, no se aflija si no es capaz de sentirse interpretado por cada uno de los siguientes puntos. Es más, alégrese si al menos coincide con un par. Para los tiempos que corren, eso es bastante.

Veamos.

Un gentleman nacido o criado en Chile no habla de “lucas” para decir plata. Ni de “palos” para decir millones. Eso es feo. Muy de nuevo rico.

Un caballero de esta parte del hemisferio sur no se compra ropa con logos de marca mayores a tres centímetros. Cualquier caballo, alce, carnero o cocodrilo, así como todo tipo de iniciales (desde las que corresponden a marcas hasta las que están ahí por el nombre y apellido del usuario), deben pasar lo más inadvertidas posible. Si se notan, mal. Si se notan mucho, hace rato que se le cayó la C de caballero.

Si usted quiere que, cuando las mujeres lo pelen, digan “es tan educado, un ejemplo”, entonces ponga atención a su cumpleaños.  Es muy simple: el cumpleañero invita. Ya sea algo chico en su casa para cinco amigos o una fiesta para 400 personas, es usted el que hace el esfuerzo para que sus invitados tengan una experiencia inolvidable. Por lo mismo, siempre que le toque ir como invitado a celebraciones, tiene que llegar con regalo. Ya sea un buen vino (lo mejor que le permita su bolsillo) y unos chocolates (cuanto más cacao, más fino, pero no se pase del 60%), si es que lo invitan a comer un viernes cualquiera; o un regalo comprado si se trata de un evento mayor. Y siempre, pero siempre, con ticket de cambio. Nada de andar usando regalos guardados en el clóset desde la última soplada de velas.Y, a propósito, un gentleman tiene anotados en su agenda todos los cumpleaños de sus seres queridos. Jamás se olvida, siempre llama (nada de mandar mensajes por Facebook, ni tuiteos ni ninguna ordinariez del estilo). Y si no le contestan el llamado, sigue intentándolo por lo menos 3 veces (con los tres recados respectivos en la grabadora) durante el día.

Un caballero saluda. Todo el tiempo. Cuando entra al ascensor. Cuando lo atiende la cajera en el supermercado. Cuando va al estadio a ver un partido y se sienta al lado de alguien. En el metro. En la micro. En la farmacia. Y ese saludo debe ir acompañado de una sonrisa. Nada exagerado. Sólo una muestra de amabilidad y calidez. Es gratis. Y hace bien.

Un hombre educado no tiene ni tendrá nunca un vehículo motorizado que haga demasiado ruido, ya sea esa típica moto gringa de viejo alolado con su sonido tan característico como ensordecedor (por favor vea un capítulo de South Park llamado “The F Word”) o cualquier tipo de motocicleta o automóvil con escape libre. Así como también evitará hacer sonar la bocina salvo circunstancias muy específicas.

Además, en primavera y verano se cuidará de no tener la radio a todo volumen si anda con los vidrios abajo. Y jamás manejará un auto deportivo rojo. Eso no solo es poco sutil, sino que aparece como la ostentación máxima de una carencia.

Un señor que quiere ser llamado, merecidamente, señor, no deja que su mujer pague la cuenta. Nunca. Salvo en dos situaciones: que Mr. X se encuentre en un período de cesantía o que Mrs. X quiera hacerle un regalo excepcional.

Un chileno del siglo 21, tan hombrecito como decente, tan viril como bien enseñado, cambia pañales, limpia los traseros de sus hijos, ayuda en todo lo que tiene que ver con la crianza y, en pocas palabras, se ensucia las manos.

Por último: un gentleman dice por favor y gracias. Y les enseña eso a sus hijos. Hasta el cansancio. Porque sabe que, para ser educado, hacen falta muchas cosas, pero ninguna es más importante que padres que den el ejemplo. Desde el primer día. Y hasta el último.

Por Rodrigo Guendelman

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