Rodrigo-Guendelman-en-termas-de-Puyehue

Restaurant Baco. Providencia. En una de las paredes hay un pizarrón. Dice, con letra muy bonita: “Una copa Baco, $2500. Una copa Baco “Por favor”, $2000”. En pocas palabras, una patada en la cara a nuestra mala educación. Los más viajados dirán que la idea no es creación exclusiva del dueño de este restaurante y que, ciertamente, es algo que se puede ver en locales de Europa donde anotan frases como “Si es solo una copa, 3 dólares; Si es “una copa por favor”, 2.5 dólares y si es “sería tan amable de servirme una copa por favor”, 2 dólares”.

Es cierto, la rotería no es privativa de nuestra patria, pero podría asegurar que entre los países que la practican, tenemos todo para ser campeones mundiales. Todavía me acuerdo de un amigo que me daba el siguiente consejo: “Si eres educado, te garantizo que vas a conquistar más mujeres, porque te harás notar entre tanto tipo bruto y ordinario”. Se ve en todas partes y a cada rato. A la señora a la que le toca su turno en la caja del supermercado y que no sólo no saluda a la cajera, sino que tampoco dice por favor y menos gracias. Esa persona pasa por el mundo dejando una estela de malas vibras. Su indiferencia agrede y el agredido termina agrediendo a otro. Y así con el círculo vicioso.

He visto a muchas personas preguntar en un kiosco o en un puesto de maní o en una tienda, de la siguiente forma: ¿Adónde queda la calle X? Les contestan y lo único que dicen es “Ya!”. ¿Tanto cuesta decir “Buenas tardes, me podría decir por favor dónde queda la calle X?” Y luego dar las gracias y volver a decir “Buenas tardes”. ¡Si es uno el que está pidiendo el favor! Pero no hay caso. La falta de educación se encuentra en todos los rincones de nuestro país.

Como el tipo que reserva para ocho personas en un restaurante y no llega y nunca avisó por teléfono que decidió no ir. O los miles de compatriotas que reciben un mail y no lo contestan. No me refiero al mail masivo, sino a ese que viene dirigido a tu nombre, personalizado le llaman, y que es obvio que alguien te escribió con sus propios dedos. ¿Tan difícil es decir “no puedo ir, muchas gracias”? Pasa cuando ese peatón camina despacio por el paso de cebra, demorando adicionalmente al automovilista que espera para poder avanzar. Eso es tan mal educado como tocarle la bocina a otro auto en una luz roja, a medio metro de personas que se estresan con el sonido. Y tan picante como tener una moto con el escape libre. ¿Cómo puede ser sinónimo de prestigio una Harley Davidson cuando, por definición, son horriblemente ruidosas, y por lo tanto contaminantes y, por ende, cien por ciento vulgares?

Pero qué importa, vamos por la vida sin decir por favor, ni gracias, ni perdón; sin saludar ni despedirse, sin recoger la caca del perro que paseamos, sin respetar a los ciclistas (o si eres ciclista, a los peatones), sin tener el mínimo tino para mirar a una mujer cuando estamos acompañados de nuestra pareja o ella está acompañada de la suya. Total, lo único que importa es que soy un bacán. Uno que atropella a los demás para subir en la vida.

Pensar que palabras como por favor y gracias son tan pero tan antiguas. Por favor viene del latín favere y significa “estar bien dispuesto a”. Gracias, por su parte, tiene raíces muy profundas en el vocablo sánscrito “grnáti” (él canta) y su significado básico es la honra tributada por el reconocimiento de un favor.

Sin embargo, los chilenos pareciera que no tuviéramos historia. Que nacimos ayer. Es como si nunca dejara de dolernos en la herida el haber sido una miserable Capitanía General de España. Actuamos como nuevo rico, ese que brilla por sus cifras macro pero que adolece de infinidad de factores micro. Nos comportamos como un recién aparecido, pero la verdad es que esta semana Santiago cumplió 472 años. Casi cinco siglos de “civilización” y todavía no somos capaces de cantar a coro la canción de Mazapán que dice “Vengan, que yo sé el modo, el modo preciso para triunfar. Miren, pues sólo con esto, las puertas se abren, todo conseguirás. Con por favor y gracias todo resulta mejor”. Una canción de niños que debiera ser nuestro himno nacional. Que habría que escuchar hasta quedar atontados. Y que los hijos debieran mostrar a sus padres. Porque ellos, claramente, no han hecho la pega. Eso sería. Muchas gracias.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl