El otro día me puse a pensar en la palabra “virgen” y en toda su carga religiosa, moral y hasta de estatus. Ella identifica un estado en la vida de todos y todas: cuando no has experimentado sexo penetrativo vagina – pene. Hago hincapié en esto último porque es posible que hayas tenido sexo anal y no penetración vaginal, ¿eso significa que sigues siendo virgen? ¿y si solo tienes sexo oral durante toda tu vida eso significa que te mantuviste virgen? O sea, ¿las lesbianas se mantienen vírgenes de por vida? Según los reglamentos sociales – que nadie sabe quién escribió y por qué – la respuesta es sí.
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A mí ya no me gusta la palabra virgen y la verdad es que estoy totalmente de acuerdo en sacarla de raíz de nuestro lenguaje. No solo porque es inexacta, sino que también porque está teñida de un concepto religioso que ensalza una vagina inmaculada, como si tener una vagina no penetrada fuera sinónimo de estatus, valor, carácter y bondad. Esto no lo digo ni lo pienso caprichosamente, es cosa de recordar aquellas culturas que permitían – yo creo que aún algunas lo permiten – vender a buen precio una joven virgen a algún poderoso o nuestra propia sociedad occidental que vanagloriaba y auspiciaba – hablo en pasado porque soy una optimista – un mejor futuro a aquellas novias que llegaban puras (sin ser penetradas vaginalmente por un pene) al matrimonio.
Bueno, este pensamiento me hizo reflexionar acerca de todas estas palabras, ideas, conceptos y prácticas machistas que aún están instauradas como normas en el sexo. Están tan normalizadas que llega a dar miedo porque, como suele pasar cuando repetimos una idea o acción, de generación en generación, ellas, por negativas o dolorosas que sean, las replicamos sin cuestionarnos nada. Y lo peor, es que las enseñamos.
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Es por esto, que como REGLA DE ORO, propuse tomarme al menos un momento todos los días para pensar en mi propia sexualidad, cómo la vivo, qué me enciende, qué me apaga, qué cosas me hacen ruido y de qué forma quiero seguir aportando como Educadora Sexual. De hecho, es un ejercicio que recomiendo absolutamente porque así como nos ponemos a pensar en las cuentas que tenemos que pagar, en nuestro día, en nuestra relación ¿Por qué no vamos a meditar sobre nuestra sexualidad?
Así que acá, les quiero compartir algunas acciones que visibilizan una actitud o una acción machista en el sexo que ¡ojo! puede ser originada por cualquier género – no solo por un hombre heterosexual con pene–y que debilita o imposibilita una sexualidad satisfactoria y saludable.
-Es el hombre quien tiene que conseguir el orgasmo de la mujer a como dé lugar.
–Sin penetración, no hay sexo.
-Los hombres siempre tienen ganas de tener sexo.
-Las mujeres tienen menos deseo sexual que los hombres.
-El sexo anal no es natural y es propio del mundo homosexual.
-El pene tiene que estar siempre erecto durante toda la relación sexual.
-Hay que tener sexo al menos 3 veces a la semana.
-Si usas condón, se siente menos placer.
-Cuando una mujer se excita siempre se lubrica, si no está lubricada, es porque no está excitada o tiene un problema sexual.
-Si eres hombre y te gusta el placer anal, eres homosexual y si no lo eres, es posible que te empiecen a gustar los hombres.
-El sexo anal tiene que ser doloroso para que sea placentero.
-El hombre siempre tiene que tener un orgasmo cuando tiene sexo.
– El sexo heterosexual acaba con la eyaculación del hombre.
-La mujer debe estar completamente depilada al momento del sexo para ser deseable.
Si nos detenemos a pensar en todas estas creencias que hasta el día de hoy se escuchan en los pasillos, ¿realmente notamos el control que ejercen en nuestra psique estas frases? Da para pensar …
Rosa Veas
Educadora sexual de pares, orientadora en juguetería y cosmética erótica de Starsex
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