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Esta columna parte de una tesis y una suposición. La tesis, que mezcla datos duros con temperatura ambiente, dice que en Chile hay un boom de divorcio. Especialmente en el segmento de 30 a 45 años, y con énfasis en los grupos socioeconómicos medios, medios altos y altos. La suposición, que es eso, una suposición, pues carece de argumentos empíricos para ser algo más contundente, dice que este boom podría explicarse, en parte, por la buena situación económica que ha vivido Chile en los últimos años.

Para apoyar la tesis, estos datos del sitio Separadosdechile.cl pueden ayudar. A) Entre enero y el 30 noviembre de 2012, se casaron 57.467 parejas e iniciaron su separación legal 98.130 matrimonios B) Chile ocupa el tercer lugar de naciones más divorcistas del planeta, después de Aruba y Rusia C) Para el 2013 se proyectaba un total de 8.500 separaciones más que el 2012 D) En la actualidad, cada hora hay 28 parejas chilenas que inician su separación legal. Ok. Esa es información dura. Vamos a la temperatura ambiente. Puede ser que mi grupo de referencia, es decir gente entre 35 y 45 años, sea altamente sensible al divorcio pues llevan entre cinco y quince años casados, o sea, ni muy poco ni demasiado; pero lo cierto es que estoy impresionado por la cantidad de quiebres matrimoniales que me ha tocado ver en los últimos meses. En su mayoría se trata de parejas con uno o dos niños, todos chicos, en general bajo los diez años. A eso hay que sumar que, en un gran número de casos, la razón no fue una infidelidad o un detonante de carácter grave y específico, sino que la suma de mucho tiempo sin llevarse bien (o lo “bien” que mucha gente considera que debe llevarse de acuerdo a sus expectativas).

Nos toca entrar ahora en el más subjetivo terreno de la suposición. Y aquí el olor es a que un país con más plata es un país donde la gente se podría divorciar más. A ver. En Chile, el PIB per cápita ha aumentado de quince a veinte mil dólares en los últimos cuatro años. Por más desigualdad y abuso y todos los adjetivos tan verdaderos como negativos que caracterizan a nuestro país, lo cierto es que hay más plata dando vuelta. Y esa plata puede interpretarse como mayor oferta de trabajo así como mejores perspectivas económicas. Si miramos los datos que ofrece el lado oscuro de esta misma situación, es decir, lo que pasa con el divorcio cuando hay crisis económica, podemos encontrar títulos en los medios españoles como “Divorcios en España: un 24% menos que antes de la crisis”, “Seis divorcios menos al día por la crisis” o “Más crisis, menos divorcios”. Es obvio, el fin de un matrimonio es un pésimo negocio entre el costo de los abogados, pagar dos casas y todas las otras duplicidades de gastos que se generan. Por eso, en tiempos de vacas flacas la gente tiende a tolerar más la frustración, a aguantar más lo que no le gusta y a pensar las cosas no una sino diez veces antes de tomar decisiones estructurales. En cambio, y aquí seguimos suponiendo, la bonanza económica podría transformarse en un catalizador de separaciones legales. Si mi expectativa de flujos futuros es mínimamente optimista, estoy dispuesto a asumir ciertos costos que de otra manera jamás tomaría. Si creo que no me van a echar de la pega, si pienso que puedo mantener o mejorar mi renta, si escucho que varios conocidos se cambiaron a trabajos donde les pagan más, si veo los malls llenos de gente de enero a diciembre, si las noticias siempre hablan de cómo los chilenos colapsan el aeropuerto con tanto viaje, entonces ese marido holgazán y gritón me empieza a hacer más ruido, esa esposa fría y lejana me hace sentir más solo, y el pasto del vecino ya no se ve más verde: se ve radiante. Ergo, me atrevo a hacer lo que en otras condiciones no me atrevería.

¿Bien? ¿Mal? Ni idea. Eso lo sabe cada uno. Lo cierto es que el divorcio toma fuerza por estos lados del mundo. Y lo no necesariamente cierto, pero muy probable, es que la plata algo tiene que decir en todo esto.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl