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Me senté a observar el eclipse, en compañía de un café, e inevitablemente apareciste en mis pensamientos, en ocasiones te recuerdo y siento culpa, culpa de haberte dejado ir, culpa por haberte dañado, culpa de haberte conocido en una etapa tan inmadura de mi vida.

Tú hiciste tu vida, yo hice la mía, pero de alguna u otra manera, nos volvemos a encontrar. Cambios infinitos han ocurrido en estos años, de ir y venir. Ya no somos los mismos.

Ya no pensamos igual, ya no sentimos igual, ya no actuamos igual, sé que por mí ya no sientes nada, y me duele pensar que todo el sentimiento que alguna vez existió, se esfumó por completo, y lo más doloroso, es saber que fui yo la única responsable de eso.

Miro con detención aquél eclipse y lo comparo con la mezcla que provocas en mí, existe una parte iluminada, y la comparo con los buenos momentos, con la confianza, la complicidad, la pasión y el deseo, pero luego eso lo cubre la oscuridad, la rabia, la impotencia, la tristeza.

Y así seguirá siendo esto, una mezcla, como la que genera aquél eclipse, por momentos todo brilla, luego todo se ve oscurecido, y aunque eso permanece así por un instante, luego vuelve a brillar.

A pesar de todo el tiempo que ha pasado, el deseo está presente e incluso es más intenso. ¿Será que ambos nos arrepentimos de no habernos aprovechado más cuando nos pertenecíamos el uno al otro?

Tuvieron que pasar años para volver a sentir tus labios, tus caricias, tu deseo. Tu pasión provoca en mí que no conozca los límites.

Nuestro primer reencuentro fue tranquilo e inocente, aunque reconozco que los nervios me comían por dentro, nervios que aumentaron después de sentir como me abrazaste.

No sé si fue la adrenalina, pero poco después accedí a verte nuevamente. Pude besarte, acariciarte, después de tantos años, y desde ese momento, despiertas en mí un deseo que no puedo controlar, cuando me tomas entre tus brazos, con una mezcla de delicadeza y de intensidad, dejo atrás absolutamente todo.

Cada momento entre tus brazos, es sinónimo de placer, creo que nunca te lo he dicho, pero eres una mezcla perfecta, entre suavidad y rudeza.

Aunque hoy caminamos por veredas distintas, en los momentos que estoy contigo me haces sentir que te pertenezco.

Después de años, tuve la oportunidad de dormir a tú lado, y aunque ni siquiera nos abrazamos, te miré y te acaricié, incluso besé las pecas de tu hombro, esas pecas que me encantan, acaricié tu pelo, tus brazos, tu pecho, consciente de que las probabilidades de repetirlo eran pocas, casi nulas.

Las reglas del juego, están claras, y cómo te lo dije en una ocasión, prefiero tenerte así, que simplemente no tenerte en vida.

No puedo apagar el deseo que despiertas en mí, eres y serás, mi mayor tentación.

Daniela Díaz Said.

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