El imaginario colectivo nos ha enseñado que a una persona en silla de ruedas hay que protegerla y cuidarla porque está imposibilitada para hacerlo ella misma.
Marcela Catur, es estudiante de Odontología y reside en Valparaíso. Esta joven de 24 años sufrió un accidente automotriz que la dejó en silla de ruedas para el resto de su vida. Marcela no sólo se rehabilitó, retomó sus estudios y continuó criando a Javiera, su pequeña hija, de la cual tuvo que separarse un tiempo mientras duró su período de rehabilitación. La conocí en ese proceso, siempre me llamó la atención su fuerza, su valor y su convicción de superar la adversidad.
Este fin de semana, se produjo el devastador incendio en nuestro bello puerto y empecé a contactar a familiares y amigos para saber de ellos. Cuando hablé con Marcela, me contestó que estaba “impeque” y que había abierto las puertas de su casa como albergue. Además, estaba recolectando ayuda.
El fin de semana, estuve mirando en su página de Facebook, cómo convocó a sus compañeros de universidad a abrir las puertas de sus casas, a reunir ayuda para quienes quedaron en la calle pero especialmente, a contener, a abrazar y a consolar a personas que ella no conoce, pero con las cuales es capaz de empatizar.
El incendio de Valparaíso no sólo ha quemado casas y bienes; quemó esperanzas, sueños, trabajo de vidas jóvenes, que ahora ya están viejas y no pueden volver a comenzar, pero el incendio también quemó las neuronas de algunos compatriotas que creen que pueden hacer chistes, tomarse fotos con la devastación de fondo y subirlas a las redes sociales, sentarse frente al televisor a celebrar un partido de fútbol con el equipo de Wanderers que tenía los pies en la cancha y todo el resto, en su ciudad humeante y en sus seres queridos.
Marcela Catur, es una joven con discapacidad, que desde su silla de ruedas, nos da lecciones de moral, consecuencia y respeto por la vida que utiliza las redes sociales para reunir y convocar y nunca para figurar.
Por Verónica Jamasmie
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