Últimamente me he detenido a observar la difícil tarea que hoy representa comprometerse a ser pareja.
Por un lado, me encuentro con la fobia al compromiso, que llega a extremos sorprendentes para no concretar formalmente una relación amorosa. Algunos ejemplos: disfunciones sexuales usadas como estrategias de boicot y que se interponen en la evolución de la relación de pareja, “por lo único que no nos casamos, es por miedo a que “esto” no se solucione”. Y claro, cuando ambos asumen que comprometerse no es lo que realmente quieren, los resultados son mágicos en el tratamiento.
Por otro lado, están los que ven algo sencillo en acceder al “legal y sagrado” compromiso, que parece no implicar más que la firma de un papel y reentrar en una iglesia a la que probablemente no entraban desde la primera comunión.
También me he topado con parejas que efectivamente se comprometen porque “es el paso que venía”: pololear, salir de la universidad, empezar a trabajar, juntar plata y ¿qué más? ¡Ah! casarse. Es más sorprendente aún, cuando indagas en sus expectativas y te responden que no es una decisión “tan heavy”, ya que hoy con la facilidad con que vuelven a persignarse, redibujan la “mosca” en el finiquito de la relación.
Casos extremos, pero que despliegan de polo a polo una realidad que tiene que ver con los límites de ser pareja. Entre los que fueron ‘cazados’, como en los que se casaron por deporte, no es raro ver a terceros en la relación. Parece ser pan de cada día. No me refiero a ser swingers, sino a la imposibilidad de ser fieles, lo que me ha llevado a cuestionar la finalidad de la frase: “¿quieres casarte conmigo?”
¿Qué significa entonces involucrarse en un “proyecto de a dos”? ¿Qué se busca hoy en el comprometerse? ¿Será que renunciar a “terceros” ya no es implícito en el compromiso? ¿Si 8 de cada 10 matrimonios efectuados en un año en Chile termina en divorcio legal (no legal quizá llegamos a los 10) y en el 66% de los casos, la causa que motiva la ruptura es una infidelidad, será que ya nadie tiene ganas de “respetarse y cuidarse hasta que la muerte los separe”? (separadosdechile.cl) ¿No es una de las obviedades del compromiso pactar la exclusividad? ¿Si ya ni siquiera eso es asegurado por el matrimonio, cuál es entonces el sentido de esta “unión sagrada”?
Esther Perel, reconocida psicoterapeuta y especialista en parejas, investiga un fenómeno que denomina: “La nueva monogamia”, que sería: la integración del deseo exterior al seno de la pareja. Especifica en una entrevista realizada por un medio nacional en su visita a Chile: “En la medida en que vivimos cada vez más largo, la relación se convertirá en un continuo, ni abierta ni cerrada, pero donde todo es posible en su seno. Cada pareja debe negociar: una cena con una persona del sexo opuesto, una película porno o no saber nada de lo que hace el otro”.
Clarifica que no promueve la infidelidad, pero cree que hay que dejar de percibirla sistemáticamente como el síntoma de las dificultades de una pareja: “Tal vez hay que admitir que la pareja ha tenido una aventura porque la necesitaba y que su sexualidad tiene que ver con su soberanía. El gran tema es nuestra concepción del sexo en el seno de la pareja. ¿Por qué no reconocer que es un compromiso emocional más que un compromiso sexual exclusivo?”
La hipótesis se resume claramente en la pregunta que se plantea al final de la cita. O sea, elegir a alguien para compartir la vida, desde esta perspectiva, es elegir un continuo que me entregue compañía, estabilidad y tranquilidad pero que no necesariamente implica fidelidad sexual. “Te amo, me siento tranquilo/a y feliz junto a ti, pero a veces tengo ganas de “acostarme” con otra/o, y eso no significa que te quiera menos o esté insatisfecho/a”.
Esto claramente existe, sin embargo no como se plantea acá, todo es “encubierto”, por lo mismo, habría que sumar una nueva alternativa en el momento de dibujar la mosca en los papeles del registro civil: ¿usted desea comprometerse con la antigua o la nueva monogamia?
De todas formas es fuerte, pero tomando en cuenta la evolución social y sexual de la que hemos sido testigos últimamente, todo podría llegar a ser bastante normal. Perel da otros ejemplos: “Esto parece todavía inconcebible, pero no olvidemos que, hace menos de un siglo, era vergonzoso tener una relación antes del matrimonio, la homosexualidad se percibía como una enfermedad, la anticoncepción como una utopía peligrosa y la homo-paternidad como una tontería”.
A pesar de que la propuesta pueda ser atractiva desde la perspectiva de satisfacción inmediata del placer, temo que inevitablemente todo se reduzca al mismo problema que actualmente nos acongoja: ¿Qué pasa si conozco a alguien, aparte de mi pareja y aplico esta teoría y vamos al cine, a comer, nos acostamos de vez en cuando y me doy cuenta de que quiero que sea esa persona con quién quiero despertar, dormir, tener hijos, o sea, el continuo de mi vida?
En fin, enamorarse está fuera de nuestras manos y como expuso Helen Fisher en su visita a Chile el miércoles pasado, de un grupo de personas que practicaban sexo casual, pudo obtener que hay un 50% de probabilidad de enamorarse en tan sólo un encuentro casual, por lo tanto, hay que cuidarse en elegir un amante.