You are currently viewing “Lo que amo de Dublín”, Capítulo 5

Ya les dimos a conocer los capítulos 1, 2, 3 y 4 del libro de Amanda Laneley ”Lo que amo de Dublín”.

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Si quieres saber como continúa la historia de Sara, aquí va el capítulo 5!

“Lo que amo de Dublín”, capítulo 5

Al acabar la primera quincena de clases, Sara ya se había integrado completamente a la casa. Se había hecho muy amiga de Fran, aunque no se veían con tanta frecuencia, por sus horarios diferentes y porque ella pasaba la noche muy a menudo donde Stephen. Con Armando compartía más y siempre le sacaba risas con sus coqueteos en broma, que el italiano hacía incluso a costa de ganarse las miradas fulminantes de Daniel.

A Colin casi no lo veía porque él siempre estaba componiendo y ensayando con su grupo. En cambio, pasaba mucho tiempo con Daniel y conversaban con frecuencia por las noches. Él le ayudaba con su inglés, corrigiendo los papeles que ella tenía que entregar para la universidad o esperándola con la cena y se mostraba siempre cálido y atento. Aún así ella no vio segundas intenciones en su comportamiento, no solo debido a la prohibición de enrollarse con los compañeros de casa, sino también porque Daniel al hablarle de su viaje a Australia, había sido muy enfático en señalar que quería estar solo. Por eso todo el tiempo que él le dedicaba solo le parecía una señal de amistad.

                El lado negro de esas dos semanas fue Antonio. Cada vez que Sara pensaba en él se acordaba de las palabras de Armando. “Si uno tiene que preguntarse si realmente está enamorado, es porque no lo está”. ¿Sería ese el problema en su relación con Antonio? ¿Esa era la razón porque tenía tanto miedo de casarse? ¿O eran sencillamente los nervios normales de toda novia? La última explicación no parecía suficiente. El vergonzoso papelón que había protagonizado esa tarde por culpa de Fran aumentó su inquietud.

                Todo se había iniciado horas antes cuando estaba en la cafetería de la universidad junto a Fran y Stephen y un hombre guapísimo se había acercado al grupo. Alto, de cabello castaño y barba incipiente con un aire seductor.

                –Stephen, ¿tienes un minuto? –dijo el recién llegado–. Quería preguntarte a qué hora es la reunión de la tarde.

                –A las cuatro en la sala de profesores.

                –Perfecto, gracias –el hombre se fijó en Sara que lo observaba sin pestañear y una sonrisa se dibujó en su cara, haciéndolo aún más atractivo–. Stephen, ¿no me vas a presentar a tus amigas?

                –Por supuesto. Esta es Fran, mi novia. Fran, Pierre es uno de mis colegas, el nuevo profesor de francés de la facultad.

                Fran extendió la mano.

–Encantada.

                –Y ella es Sara –continuó Stephen– la nueva profesora de español.  

–Un gusto conocerte, Pierre –respondió ella.

El sonrió.

–El placer es mío.

–Estábamos a punto de tomarnos un café –dijo Stephen– ¿quieres acompañarnos?

Pierre asintió y se acomodó en una de las sillas, mientras Fran le echaba una mal disimulada mirada a Sara de “este hombre está muy bueno”.

–¿Llegaste hace poco a Dublín, Pierre? –preguntó Sara.

–Sí, hace apenas una semana, pero lo poco que he visto de esta ciudad, me ha gustado mucho. Es muy distinto de París, que es todo caos y ruido. Acá todo es más pequeño y más tranquilo, pero todavía me falta conocer más.

–Sara también llegó hace poco; tal vez podrían recorrer Dublín juntos –dijo Fran como quien no quiere la cosa.

–Claro, ¿por qué no? –contestó Pierre.

A Sara le subieron los colores al rostro. ¿Fran estaba actuando de celestina? Prefirió cambiar de tema.

–¿Perteneces al departamento de Literatura igual que Stephen, Pierre?

–No, al de idiomas, como tú, así que nos vamos a ver bastante seguido… ¿ya ordenaron?

–No, llevamos un buen rato esperando que alguien nos atienda –dijo Stephen algo molesto–. Mejor acompáñame a pedir al mesón.

Apenas los hombres se fueron, Fran soltó un suspiro teatral.

–¡Qué bueno que está Pierre! Parece un modelo de esos de revista. ¿Te imaginas estar en su clase? Monsieur professeur, he sido una chica muy mala –agregó melosamente, batiendo las pestañas.

Sara se rió por lo bajo.

–¡Fran! ¡Que te puede oír Stephen!

–¡Vamos, no te hagas la inocente! No fui la única que no le quitó la vista de encima. Prácticamente te lo comiste con los ojos –miró otra vez al francés–. Oh lá lá, pero qué retaguardia tiene.

Sara dirigió su vista hacia él y confirmó que Fran estaba en lo cierto.  Para su mortificación, justo en ese momento, Pierre se dio vuelta, la pilló observándolo y le sonrió. Ella bajó la vista de inmediato, roja como tomate.

Cuando llegaron los hombres de vuelta, el tema de conversación giró en torno a las clases y a la universidad. Sara se entretuvo hasta que un vistazo a la hora le avisó que tenía que irse a una reunión. Se paró de la mesa y preguntó:

–¿Sabes dónde queda la oficina del decano, Stephen?

–Por supuesto, si quieres te llevo.

Fran le tomó la mano a su novio.

–No, Stephen –dijo ella–. Quédate conmigo y dejemos que Pierre la lleve. ¿Verdad que no te importa, Pierre? Así se conocen un poco más.

Sara clavó la vista en el suelo, avergonzada frente al descarado intento de su amiga por dejarla sola con el francés.

–Claro que no me importa –sonrió Pierre–. ¿Vamos?

Asintió y caminaron en medio del bullicio de la universidad. Había jóvenes sentados en grupo por todas partes, estudiando o riéndose. Pasaron frente a los edificios de las diferentes facultades, rodeados de jardines y lagunas.

–Es una universidad muy moderna –comentó Sara–. Donde estudié no era así.

–La mía tampoco, era muy antigua y toda de cemento; prefiero esta, aunque por otra parte, tiene sus ventajas estudiar en París.

–¡Ya lo creo! –suspiró–. Debe ser una ciudad preciosa, siempre he querido conocerla.

Pierre meneó la cabeza.

–Tiene cosas buenas, pero es demasiado grande para mi gusto. Si estás lejos del centro, te demoras mucho tiempo en llegar de un lugar a otro.

–¿Eres de París?

–Sí, pero de los alrededores; vivo en una zona más bien tranquila, cerca de mi familia.

–¿Vives con alguien? –la pregunta sonó como si estuviera averiguando si tenía novia y se puso roja.

Los labios de Pierre esbozaron una sonrisa.

 –No, allá vivo solo; en cambio, acá comparto piso con un amigo de Stephen que es español y ha resultado muy bien. Hasta el momento estoy muy contento de mi decisión de venir a Dublín; aunque pensé que iba a tener menos trabajo. Mi clase está llena.

–¡Apuesto que llena de mujeres! –exclamó Sara sin pensar.

–¿Por qué lo dices?

–Bueno, porque solo mírate; tú pareces un mode… –repentinamente se interrumpió y enrojeció de vergüenza cuando se dio cuenta de lo que estuvo a punto de decir. Se aclaró la voz antes de continuar– A… a lo que me refiero… es que el francés es una lengua sexy… no, quiero decir, una lengua… importante. Eso…a las mujeres nos gusta el francés.

Pierre la observó con una expresión divertida mientras ella enrojecía y se equivocaba con las palabras. Por suerte para Sara, la llegada de ambos a la oficina terminó con ese momento de incomodidad.

–Aquí es –Pierre señaló una puerta blanca–. Si sigues este pasillo, llegas derecho a la sala de profesores. ¿Te vas a quedar todo el semestre, cierto?

–Sí, al igual que tú.

–Yo en realidad, tengo abierta la opción de aplicar para el siguiente semestre académico –dijo Pierre–. Todo depende de si me siento cómodo aquí o si me parece interesante.

–¿Y te gusta la idea de quedarte otro semestre? ¿Te parece interesante?

Pierre sonrió lentamente mientras la observaba.

–Hasta el momento, yo diría que me parece muy interesante –le dijo en voz baja que parecía más bien un susurro.

Sara se cortó entera.

–Yo… sí… bueno, aquí en Dublín hay muchas cosas interesantes, pero yo me quedaré solo este semestre debido a Antonio –vio la cara de interrogación de Pierre y se explicó–. Antonio es mi novio, en realidad, es mi prometido, por eso solamente vengo este semestre.

–Por supuesto que una mujer tan bonita como tú, no iba a estar sola.

La dejó con la boca abierta. ¿Bonita? ¿Monsieur professeur le acababa de decir que era bonita?

–Bueno… eh… gracias por acompañarme, Pierre. Nos vemos por ahí.

–Claro que nos veremos –se despidió con un beso en cada mejilla–. Au revoir!

Lo vio alejarse, sorprendida de que un hombre tan guapo hubiera coqueteado con ella. Pero claro, toda la culpa la tenía Fran que prácticamente la había arrojado a sus brazos. Por eso cuando al volver a casa, se encontró a su amiga sentada a la mesa de la cocina, no perdió tiempo en aclarar el asunto:

–¿Cómo pudiste ser tan obvia esta tarde con Pierre?

Fran agrandó los ojos con fingida inocencia.

–¿Quién? ¿Yo?

–Sí, tú. ¡Qué vergüenza, por Dios! ¿Es que tengo escrito en la frente “Soltera y desesperada”? No estoy soltera por si te olvida.

–Eso no fue lo que dijiste a Daniel y a los demás –le recordó Fran.

Sara sacudió la cabeza avergonzada.

–Lo sé… No quise hablarle de Antonio, para evitar que Daniel volviera a pensar mal de mí. ¿Te fijaste cómo recalcó lo egoísta que le parecía alguien con una relación a distancia? No, gracias… Ya bastante se enojó con cómo nos conocimos para darle otra razón más para desagradarle… Y no estamos hablando de Daniel aquí, sino de Pierre. ¿Por qué jugaste a la casamentera con él?

Fran la miró muy seria.

–Porque creo que no estás enamorada de tu novio… –soltó de golpe–. Te vi mirando como una boba a Pierre y quise ponerlos juntos pensando que así te darías cuenta.

–¿Por qué dices que no amo a Antonio?

–¡Por favor! –contestó Fran como si fuera obvio–. Casi nunca lo mencionas y en las raras ocasiones que lo haces, siempre es en tono de fastidio.

–Eso es solo porque las cosas no han sido fáciles entre nosotros últimamente. No significa que no lo quiera.

–Si tú lo dices… pero dime, ¿cuántas veces han hablado desde que llegaste? ¿Dos? ¿Tres?

Habían sido dos y la segunda llamada también había terminado en pelea. No quiso reconocerlo frente a Fran, por lo que preguntó en cambio:

–¿Eso qué tiene que ver?

Fran se encogió de hombros.

–Lo único que estoy diciendo es que si estuvieras tan enamorada de él, aunque estuvieras enfadada, querrías abrazarlo, saber de él, escuchar su voz… ya sabes, cosas típicas de enamorada.

–No todos amamos de esa manera intensa –se defendió Sara empezando a molestarse– o a lo mejor, estás insinuando que el problema soy yo, que soy aburrida.

Fran ignoró la molestia de su amiga.

–O a lo mejor el problema es que no escuchas… Te estoy diciendo que creo que Antonio no es el hombre para ti. Tan simple como eso –se paró y caminó hacia la puerta, desde donde la miró con cara de preocupación–. Prométeme que vas a pensarlo, ¿sí?

Sara se quedó sola en la cocina, sumergida en la preocupación. ¿Sería cierta la intuición de Fran? Bueno, su amiga no era precisamente una experta en el asunto, si se guiaba por su relación con Stephen, pero aún así ella había dado en el clavo al señalarle que no se comportaba como la típica enamorada. En realidad, nunca lo había hecho. Nunca sintió mariposas con Antonio, ni fuegos artificiales, ni ganas de arrancar su camisa. Probablemente habría seguido ignorando el hecho de que en su relación faltaba algo, si no hubiera sido porque él había empezado a presionarla con la boda… O tal vez había gente que nunca en la vida se enamora apasionadamente y quizá ella era una de esas personas. La idea la deprimió.

La llegada de Daniel acabó con sus reflexiones.

–Hola –lo saludó con desgana–. ¿Vas a rugby?

–Sí. Tenemos un partido muy importante… –él se fijó en su cara de preocupación–. ¿Estás bien? Luces pensativa.

Sara soltó un suspiro.

–Estaba pensando en el amor, en lo difícil que puede ser todo.

La expresión de Daniel se tornó seria al escucharla y se sentó junto a ella.

–¿Por qué dices eso?

–Es terrible cuando sientes algo por alguien, pero no estás segura de lo que es. Y es peor aún cuando alrededor todo es complicado, cuando quieres hacer algo, pero no puedes.

–¿Como si algo te lo prohibiera? –preguntó Daniel con ojos brillantes.

–Sí, algo así.

Él la miró aún con más intensidad, hasta que la voz de Armando llamándolo desde el exterior, le hizo decir:

–Ahora no puedo quedarme ni un minuto, pero tal vez podríamos hablar de esto en otra parte…

Sara entrecerró lo ojos sin entender a qué se refería.

–¿Otra parte?

–Sí, fuera de casa –musitó-. Tal vez mañana podríamos ir a un bar, tal vez al “Porterhouse” y hablar con más calma.

–Sí, claro, suena bien.

Sara no se imaginó nada extraño detrás de la sonrisa radiante que él le dedicó antes de salir de la casa. Tampoco asoció el nombre del pub con su fama por ser uno de los más románticos de la ciudad.

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Por: Amanda Laneley

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