Fui un mes de vacaciones a Tailandia con mi mamá. Había sido un viaje increíble y ya se acercaba la fecha de volver a casa. Pero algo había pasado conmigo y ese maravilloso país. Sentía que no debía irme. Le comuniqué a mi madre que no volvería con ella a Chile, que había decidido quedarme un tiempo más en ese país que me había cautivado. Mi mamá lloraba, nos dimos un abrazo apretado en el aeropuerto y se fue.

Me quedé sola en Bangkok. No conocía a nadie. No hablaba el idioma. Pesqué mi mochila y comencé a viajar. En mi camino encontré personas increíbles, lugares alucinantes y me quedé recorriendo Asia más de cinco meses. Libre, sola, feliz, en paz, tranquila, disfrutando.

El viaje fue tan espectacular que sentí que debía agradecer de alguna forma y decidí hacer un voluntariado. Me encantan los animales y estar en contacto con elefantes sería una experiencia única por lo que me inscribí para estar un mes en Elephant Nature Park y así devolverle a la vida todo lo que me había dado.

Me costó conseguir un cupo ya que hay mucha demanda. Yo estaba en Ko li pe, al sur de Tailandia y tuve que esperar más de un mes antes de poder partir. Insistí que venía de lejos y que por favor me recibieran.

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Estar allá es una de las mejores experiencias que he vivido y la recomiendo. Fueron semanas de paz, de alegría, de desconexión. Cuando yo estaba no había internet, no sé ahora. Yo bajaba a Chiang Mai todos los domingos para poder comunicarme con mi familia.

Para mi fue mucho más que cuidar elefantes. Fue un periodo que me permitió estar conmigo misma, darme tiempo, disfrutar la vida. Aprendí más sobre mí, aprendí sobre los animales. Aprendí sobre la vida. Disfruté mi soledad y de mis chocolates calientes mientras veía a lo lejos a “mis grandes amores”, como les puse a los elefantes. Me sentí feliz. Plena. Me desafié a mi misma. Al mirar las rutinas diarias de los elefantes aprendí de lealtades, de matriarcados, de gratitud, aprendí sobre el dolor y la crueldad. Todos los elefantes tenían historias traumáticas. Y todos estaban ahí, tratando de volver a confiar en los humanos.

Algunos habían sido rescatados de circos, otros de trabajos forzados o espectáculos callejeros. Eran animales maltratados los cuales merecían una nueva oportunidad.

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Me levantaba cerca de las 6am para limpiar el parque. Luego a las 8am llevábamos a los elefantes al río. Tomábamos desayuno. Trabajábamos en diferentes cosas como arreglar cabañas, cortar la fruta y verdura para el almuerzo de los elefantes, pintar, ordenar, etc. Hay que recordar que es un voluntariado, NO son vacaciones. No vas a echarte y mirar pasar los animales. Vas a trabajar para que ellos puedan vivir mejor. A las 11 alimentábamos a los elefantes, a las 13 almorzábamos los voluntarios. La comida era demasiado rica!! Exquisita! En la tarde se volvía a trabajar, llevar los elefantes al río y se terminaba el día. Comíamos todos los voluntarios juntos creo que cerca de las 8pm.

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Algunos días teníamos clases de tailandés, otros días iban personas a hacernos masajes.

El costo es de 12 mil Thai baht semanales, cerca de 225 mil pesos chilenos o 355 dólares. Cuando yo fui era más barato pero créanme que vale el esfuerzo.

Yo me acostaba todas las noches realmente muy temprano pero la gran mayoría de los voluntarios se quedaban hasta tarde conversando y compartiendo.

Las piezas son sencillas cabañas con un colchón en el suelo y una malla anti mosquitos. Yo compartía pieza, a veces éramos dos o tres. El agua es fría, ideal porque hace mucho calor.

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Me fui con el alma llena de cosas buenas. Con la sonrisa en la cara y la gratitud en las manos. Aquellos elefantes me cambiaron. Estar en contacto con ellos es algo mucho más profundo de lo que uno se puede imaginar. Aquellos elefantes me regalaron vida y esperanza. Me dio pena irme, pero mi viaje continuaba a China. La vida que parecía detenerse en ese maravilloso lugar, debía continuar.

Les dejo algunas fotos y más abajo un vídeo.

Caro Guida

Twitter e instagram: @caroguida

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