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Hola a todas. Me llamo Francisca y si bien no tengo la delantera de la Mónica Belluci o la ternura de la Portman, me defiendo sin problemas. Soy una mina segura, sin pelos en la lengua y recién ascendida ingeniera comercial de 33 años, ahora Product Manager de una importante empresa capitalina donde gano exactamente lo que valgo. Estoy casada con Jorge, un hombre guapísimo con pega estable y que además de cocinar lo que le pidas, no tiene ningún problema con cambiarle los pañales a Clemente, nuestro hermoso –casi de portada- hijo de dos años.

Como ven, mi vida es perfecta. Salvo por un pequeño y vergonzoso detalle: En la cama soy un verdadero desastre.

Corrijo. En la cama “no existo”, porque para ser un desastre al menos hay que hacer algo que salga mal. Y es precisamente lo que “no hago”, lo que me tiene al borde del colapso. Hace casi tres años que mi libido se fue de viaje y por más que busco el ticket de vuelta, no hay caso. Estoy segura de que me estoy volviendo virgen de nuevo. Todo un caso clínico.

Los especialistas lo llaman deseo sexual “inhibido” y entre sus causas destacan depresiones, uso de ciertos fármacos o problemas con la pareja. Hablan de soluciones “simples” y “rápidas” para acabar con el maldito problema. Supuestamente es algo “normal” en la vida de las mujeres (sobre todo luego de tener hijos) pero cada vez que le pregunto a mis amigas si les ha pasado algo parecido, me siento más sola que Adán en el día de la madre.

-“Sí, una vez me pasó. Estuve frígida como un mes”- me dice la Cata con su enervante sonrisa de Miss Chile. Y como si ya no me pudiese hacer sentir peor, agrega con tono esperanzador- “Pero no te preocupís, Fran. Si con Jorge se quieren, obvio se les va a pasar. ¡Tenís que bajar la neura, no más!”.

Frígida y neurótica, ¡bello! ¡Como si no me hubiera tragado todas las mezclas de flores de bach existentes y probado hasta la posición del cangrejo en yoga para dejar los problemas fuera del catre! Además, esa frasecita cursi de que “el amor lo cura todo” está totalmente demás. Si con los altos y bajos típicos del matrimonio (y a excepción de este “pequeño” inconveniente) en general con Jorge tenemos una relación bacán. Pero algo falta o me sobra para poder pasarlo bien y sentirme la reina del porno que alguna vez fui. Y no tengo idea qué es.

¿La rutina? ¿El cansancio de ser un pulpo que da leche, genera lucas, administra las compras del súper y corre en la estática tres kilómetros para bajar la ínfima lechuguita que comió con culpa? ¿Exceso de trabajo? Sorry, pero a menos que se trate de una de las “Desperate Housewives”, no conozco mina independiente que no pase por eso. Capacidad para hacer mucho, le dicen los entusiastas. “Mala cueva dijo el conejo”, los realistas.

Definitivamente hoy día las minas no tenemos tiempo para calentarnos, pero ¡anda a explicarle esa teoría filosófica a tu marido! Te deseo suerte. No. Yo necesito hacer algo. Y rápido. Tan desesperada estoy, que tengo en la mano un libro de cuentos eróticos/autoayuda de esos que juré no leer nunca. Estoy en el capítulo  “Dale con todo a sus fantasías más ocultas”. ¡Qué miedo! Pero bueno, en una de esas resulta. Ni el curita que me confiesa me cree tantos dolores de cabeza al mes.

Son casi las ocho y Jorge va a llegar del trabajo en cualquier momento. ¡Deséenme suerte! Les prometo que les cuento con lujo y detalles cómo me fue… Y en buena, si saben de lo que les hablo, por favor no escatimen en consejos. Me hacen falta. Estoy a un milímetro de ser la gorreada del año, así que necesito con urgencia recuperar el famoso deseo…. ¡y mi vida!