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Quiero compartir una experiencia de transformación muy significativa para mi, y que podría hacer sentido a quien se tome unos minutos para leerla.

Todo empezó hace unos 9 años, cuando me incorporé al mundo de las redes sociales. Abrí una cuenta en Facebook para participar en los debates políticos que estaban recrudeciendo con las marchas estudiantiles de entonces. Utilicé las redes para expresar mis desacuerdos con los movimientos más radicalizados, tiré mucha mierda y me metí también en debates online que terminaban casi siempre en insultos y amenazas. En pocos meses me vi envuelto en una dinámica muy tóxica que se daba principalmente por este medio. Desde esa experiencia pude reconocer una sombra que no había identificado antes en mí; la rabia y el odio.

Esta experiencia me conectó también con el miedo y la ansiedad. Fue tan desagradable y corrosivo todo lo vivido ese tiempo, que de un momento a otro decidí cambiar completamente la forma en que me expresaba, tanto por las redes como fuera de ellas. Decidí no participar más en ningún debate si no era con respeto. Al poco tiempo perdí todo interés en ellos y no volví a participar. Pude ver muy claramente que era mi ego quien defendía posiciones estériles y sin sentido, y que ciertamente no cambiaban la opinión de nadie, sino que profundizaban aún más la brecha con el otro.

En una movida poco habitual en este entorno pedí disculpas a algunas personas con quienes me había enfrascado en los debates más virulentos, necesitaba limpiar esa energía acumulada. Nunca me respondieron, pero me sentí mucho mejor conmigo mismo. Con ese gesto abrí la puerta a una nueva forma de pensar y sentir; la del perdón y la compasión. Dejé de ver amenazas inexistentes y enemigos donde no los había. Sentía que detrás de toda acción humana, por más violenta o descabellada que parezca, yace una herida y un profundo pedido de amor.

Esto fue nuevo en mí, lo sentí como una transformación que llegó para quedarse. Me conecté con mi sentido de propósito, mi paz y mi poder personal; y a partir de ahí sentí la necesidad de compartir mis reflexiones y pensamientos con énfasis en la luz que todos poseemos, con aquella luz que nos une mucho más de lo que las diferencias nos separan.

El cambio se gestó principalmente a través del uso del lenguaje y me resultó natural desde el principio. Mediante el poder de la palabra, poco a poco empecé a habitar en el mundo que yo quería ver, fue una elección consciente. Fue redescubrirme en una dimensión completamente diferente, una dimensión más amorosa y compasiva, más en sintonía con el anhelo de ser la mejor versión de mi mismo, y de permitirme fallar en el proceso.

Y tú, ¿Ya has vivido esta transformación?

Raimundo Silva, Coaching Ontológico.