La alimentación emocional es la que proviene de nuestros sentimientos y emociones, tanto las positivas como negativas. Es cuando convertimos a la comida en una manera de lidiar con situaciones incómodas que no sabemos cómo manejar.
La alimentación emocional suele considerarse como algo negativo, pero no tiene por qué ser así. Es normal querer premiarnos después de un largo día, o en ocasiones comer algo caliente cuando estamos tristes. El problema surge cuando la comida se considera la única forma de gestionar nuestras emociones, por eso, cuando surge esta necesidad repentina e intensa de comer tenemos que buscar alternativas para palear esta necesidad urgente.
Para mejorar cómo nos relacionamos con la comida, lo primero es identificar que el hambre que siento no es fisiológica (o sea, no viene del vacío de nuestro estómago), podemos reconocerla por ser: repentina, selectiva, urgente, no se va al estar satisfecho, se gatilla por emociones y MUY importante, suele generar culpa después de “saciarla”. Las claves están en encontrar los motivos que la motivan, cuál es la emoción que hace que yo coma de manera desmedida y aprender a gestionarla de una mejor manera. No es malo darse gustos de vez en cuando y saciar esa “hambre”, pero sí, debemos ser capaces de entender que un chocolate no es y nunca será la respuesta a bajar la sensación de estrés que siento en oportunidades.
Una estrategia para combatir el hambre emocional es el Mindfulness, un acto de atención plena que consiste en estar en el tiempo presente, con interés, curiosidad y sin juzgar. Otras estrategias consisten en salir a pasear, hacer ejercicio, meditación, entre otras.
Por último, siempre trata tus emociones con respeto, que tu hambre provenga de las emociones no la hace menos real, trátala con seriedad, curiosidad y busca estrategias que te ayuden a satisfacerla a través del amor y la autocompasión.
Liat Szewkis
Nutricionista en Nutrición en Balance.
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