Hay dos tipos de hombres: los que piden perdón y los otros. Los que piden perdón están emparejados y hacen todo lo posible por seguir en ese estado. Los otros son solteros o ya se separaron hace rato. Dicho en palabras más simples, un tipo que comparte su vida con una mujer aprende muy rápido a agachar el moño, a pedir disculpas, a decir “lo siento”, a pedir perdón. Es pura sobrevivencia. Veamos.

Una mujer tiene capacidades que nosotros no, como por ejemplo, permanecer enojada por 53 horas seguidas. ¿Cuándo se le pasa? Cuando agachamos el moño. Hay un antes y un después colosal, hercúleo, desmesurado y titánico cuando pronunciamos esas palabras. En una fracción de segundo nos dejan de ver como el enemigo y nos devuelven una mirada tan dulce como la miel de palma.Por supuesto que a nosotros también nos gusta que nos pidan disculpas cuando ellas se equivocan, pero no se trata de un hito en nuestras vidas. Además, como apenas aguantamos enojados quince minutos, o nos piden perdón rapidito o se nos pasa igual el enojo. Pero las mujeres tienen una fijación con el tema.

Creo que puede tratarse de un gen que, producto de la evolución, se ha ido puliendo día a día, siglo a siglo, para convertirse en un arma de negociación. Es simple. “Ustedes, hombres –así rezaría la declaración de principios de este gen femenino- nos han subyugado a lo largo de la existencia. No sólo hemos sido la 2ª División de la humanidad durante el 99% de los tiempos, sino que nos han mentido, engañado, gorreado y maltratado. Entonces nosotras, campeonas de la resiliencia y genias de las habilidades blandas, les torcemos la mano con una pequeña carta bajo la manga. Cada vez que se equivoquen, que tropiecen, que se condoreen, tendrán que  pagar por los errores y horrores que ha cometido vuestro género a lo largo de la existencia. ¿Cómo? Arrodillándose. Doblegándose ante nosotros. Bajando la mirada, el tono y cambiando el discurso, para que nosotras, durante una milésima de segundo, sintamos el poder de Greyskull (se acuerdan de He-Man?) y cambiemos el curso de la historia”.

No sé ustedes, pero yo veo kilos de sub texto en esto de ser macho emparejado y vivir siempre con una disculpa lista para ser usada. Si en la soltería llevabas un condón en la billetera por si acaso, ahora andas con un sorry en la guantera, en el bolsillo y en el llavero. Claro que el problema no acaba ahí. No señor. Si crees que aceptando este principio y dejando tu orgullo guardado en la bodega es suficiente, te equivocas. No es pura forma, también se exige fondo.

Porque si hay alguien que sabe actuar son ellas, no nosotros. Ellas pueden fingir un orgasmo, pero nosotros no podemos fingir un “disculpa, me equivoqué”.  Las mujeres se parecen al pueblo romano: les gusta ver sangre en el Coliseo. O sea, o pides perdón de verdad o de la tarjeta amarilla puedes pasar directo a la roja. Lo cual significa que hay que conectarse, aunque sea un poquito, con las emociones, Y eso es mucho más difícil que comerse el orgullo para un tipo cualquiera, un hombre promedio, un macho común y corriente como somos el 99% de los chilenos.

¿Se dan cuenta porqué esta es una venganza brillante y sutilmente sádica de parte de las chicas? Es más, se trata de un plan perfecto, pues nos obliga a hacer algo que no queremos, que no nos gusta y para lo que no estamos capacitados. O sea, nos dan por donde más nos duele. Y lo simpático es que, según estudios, para ellas es mucho más fácil disculparse. O sea, confrontadas a devolver la mano, es poquísimo lo que les cuesta dejarnos conformes. Además, si de corazón no sienten lo que están diciendo y simplemente efectúan una pantomima tan histriónica como hiperventilada, nosotros ni siquiera nos damos cuenta y, volviendo al inicio de esta columna, pasado un ratito ya se nos olvidó el enojo y ni nos acordamos de exigir las disculpas.

Más claro echarle agua: no queda otra. Hay que agachar el moño, hay que aceptar que este castigo femenino es una estrategia ganadora de parte de ellas y hay que comprarse algún manual de autoayuda para aprender a “sentir”. No es fácil. Pero esto es sin llorar.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl