Viví casi un año en Jerusalén, la capital de Israel. Fue en 1988, justo cuando comenzaba la primera Intifada. Fui parte de un movimiento de izquierda israelí, llamado Paz Ahora, y estuve en los territorios ocupados protestando a favor de los palestinos con un numeroso grupo de israelíes.

Parto así esta columna pues me interesa desmitificar, compartir experiencias y acercar posiciones en este nuevo conflicto que afecta al Medio Oriente, especialmente entre los judíos y palestinos de Chile que siempre, siempre, hemos tenido excelentes relaciones. Por eso, si algunos de ustedes no lo sabe, es importante estar al tanto de que en Israel hay millones de personas que quieren que los palestinos tengan su propio estado.

Son los mismos que sintieron vergüenza y dolor cuando, en 1995, un fundamentalista judío mató al Primer Ministro israelí Isaac Rabin. Y son los mismos que se alegraron cuando, en 2005, Israel dejó de ocupar la Franja de Gaza y se retiró militarmente de esa zona.

Así como hay que saber eso para romper prejuicios, también es fundamental entender que hoy existen dos versiones de Palestina. La de Cisjordania, donde Al Fatah gobierna y reconoce el derecho de Israel a existir, y la de Gaza, donde Hamas gobierna y no reconoce ni siquiera el derecho a vivir de cada judío que habita Israel.

Es más, en Gaza incluso los cristianos son discriminados y forzados a convertirse al Islam. Es desde ahí, donde el fundamentalismo islámico manda y la Yihad Islámica recibe financiamiento de Irán para destruir Israel, que la semana pasada salieron disparados 150 misiles que atacaron el sur de Israel. Las consecuencias las conocemos y las estamos viviendo: civiles muertos, miedo y destrucción.

No puedo dejar de decir que me deprime ver a tantos chilenos en redes sociales comparando al Estado de Israel con los nazis, apuntado a los judíos como los malos del planeta y disfrazando su antisemitismo de antisionismo. Es una cuestión de lógica: si como una vez lo pensaron los nazis, la intención fuera eliminar una “raza”, ello ya estaría hecho hace rato con el millón de árabes que viven dentro de Israel.

En cambio, los hospitales y colegios y universidades israelíes atienden a los habitantes de todo Israel, sin preguntar si son judíos o palestinos. Y eso me consta. Lo vi y lo viví. Por otra parte, me pregunto cómo reaccionaríamos los chilenos si comenzaran a caer misiles en nuestras casas, atentando contra la vida de nuestras familias, de nuestros hijos: no creo que pasaría un solo día para exigir la reacción más potente de parte del gobierno.

Los israelíes no son budistas ni santos, sólo seres normales que responden frente al terrorismo, frente a la agresión. Y, claro, muchas veces se equivocan. Y matan civiles inocentes. Sólo que, a diferencia del terrorismo de Hamas, es una consecuencia y no un objetivo. Pero no me quiero quedar ahí. Lo fundamental, y que quiero gritar con megáfono, es que hay demasiados judíos que queremos que los palestinos tengan su tierra y también que los israelíes puedan dormir tranquilos, sin un vecino que planifica día y noche su exterminio.

Quiero que cada palestino que vive en este país sepa que somos muchos los chilenos judíos (y muchos los israelíes) que queremos paz, tierra para todos y el fin del derramamiento de sangre. Estoy convencido de que hay que partir por casa y mantener firmes los lazos históricos que nos han permitido ser amigos, socios, vecinos y familia, como por ejemplo, el matrimonio Guendelman-Hales, un caso entre muchos.

Y que así como los judíos de Chile deben intentar hacer lobby para ayudar a que en Israel vuelva a haber un gobierno socialdemócrata (pero somos pocos, menos de 20 mil, lo que hace nuestra influencia muy modesta), pienso que los palestinos de Chile (que son medio millón, la comunidad más grande del mundo fuera de Palestina) debieran ayudar a que haya una sola Palestina, la de Al Fatah, esa que respeta el derecho a vivir del otro, que escucha y negocia.

Por favor, peleemos por coexistir, aquí y allá. Pensemos en preciosos ejemplos como la Fundación de Edward Said (palestino) y Daniel Barenboim (judío), dos grandes que crearon la Orquesta West-Eastern Divan, un pedazo de ejemplo intercultural (www.barenboim-said.org).

Hagamos lo mismo en Chile y, de la mano de miembros de ambas comunidades, constituyamos una organización cultural o social que aporte al mundo y sea un ejemplo de civismo. Me ofrezco para ser el junior, el aguatero, lo que sea necesario. Porque sé que se puede. Que coexistir con respeto y cariño es la única solución. Salam aleikum. Shalom alejem. La paz esté con Nosotros. 

Por Rodrigo Guendelman

@guendelman

www.guendelman.cl