Llevo un par de semanas de febrero leyendo a Jonathan Franzen. Su libro “Libertad” es una bestia de 700 páginas que se lee a velocidad turbo. Entretenido, inteligente, político, repleto de buenas ideas, de pensamientos cómplices y escrito con una deliciosa pluma. Igual que “Las Correcciones”, su anterior libro y, para mí, uno de los mejores que he leído en mi vida.

El asunto es que Franzen no sólo escribe bien, sino que dice lo que piensa. Y sin pelos en la lengua. De hecho, es de los pocos escritores estadounidenses que se ha dado el lujo de decirle no al “Oprah club book”, un panteón de la popularidad que implica vender cientos de miles o millones de copias por el sólo hecho de ser elegido.

Así como tratar de “la persona más estúpida de la ciudad” a la crítica de libros del New York Times. Me pasa lo siguiente. Cuanto más viejo me pongo, mejor me caen los que se atreven, los que hablan sin temor a perder la pega, los desenfadados y los que tienen cojones.

Los que se pueden poner una sunga en la playa sin que les importe que duden de su virilidad. Los que usan el pelo muy rubio y crespo, los dientes blancos brillantes, manejan un Rolls Royce y se apellidan Farkas: un crack que no le teme al desprecio de la elite y que le saca la lengua a los empresarios porque hace todo lo que quiere.

Los que se atreven a publicar abiertamente su homosexualidad como Luis Larraín, quien apareció en la franja televisiva de Piñera; o Camila Gutiérrez, guionista de la película “Joven y alocada”.

Los que son capaces de exponer su dolorosa intimidad, sus traumas, la violencia a la que fueron expuestos, como es el caso de los denunciantes de Karadima, esos mostros llamados Juan Carlos Cruz, James Hamilton, José Andrés Murillo y Fernando Batlle, quienes tuvieron que lidiar con la soberbia y el prejuicio de su propio entorno, que fueron tratados de mentirosos y, todo eso, mientras vivían el momento más doloroso de su vida.

¿Cómo nos quedó la cara cuando James Hamilton fue a Tolerancia Cero? Esa noche permanecerá en mi memoria para siempre y ese hombre será el modelo de superhéroe que les enseñaré a mis hijos. También le pondría una capa de Superman a Gonzalo y Manuel Cruzat Valdés, dos hermanos que se han enfrentado a los más poderosos de Chile para proteger la libre competencia y los intereses de los siempre abusados accionistas minoritarios.

¿No se merece una ovación también el ex funcionario de Chilevisión que arriesgó y finalmente perdió la pega por hacer lo que creía era justo, es decir, subir a la red la transcripción de la entrevista a Inés Pérez? ¿O Pamela Jiles, que usa su mirada de zombie y su notable sentido del humor para tirar una verdad dolorosa cada cinco frases?.

Mis respetos también para el ex administrador del Lomit´s, quien no dudó en poner su nombre y cara para apuntar con el dedo al restaurante donde le hicieron la vida imposible por ser gay. Mis respetos también a la tremenda Vinka Jackson, una mujer que de niña fue abusada sistemáticamente por su padre y que, a diferencia de la mayoría de este tipo de víctimas, escribió sus memorias para abrirnos los ojos y alertar de esta situación.

Son muchos los emprendedores del coraje, los que tienen los huevos (o los ovarios) bien puestos, los que no llevan la hipocresía ni el miedo incrustado en el disco duro. Y hay que reconocerlos, citarlos como ejemplo, difundirlos y aplaudirlos. Para que cada vez sean más. Y este país sea mejor.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl