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“Hay dos tipos de mujeres: las hinchapelotas y las que vuelan”, decía el papá de un amigo, un tipo tan machista como sincero. De todos mis amigos -los del colegio, los de la universidad y los de la vida- sólo uno piensa que su mujer no lo jode demasiado. Y, no tengo duda alguna, es la excepción que confirma la regla.

No sé si será parte del ADN o se trata de algo cultural, pero lo cierto es que el sexo femenino jode, reta, agujea, corrige e hincha de manera casi instintiva a su pareja. Como este tema pone sensibles a las feministas, he traído un misil empírico para defenderme de las posibles agresiones.

Lean con atención. Una investigación hecha en Gran Bretaña a tres mil personas mostró que las esposas recriminan a sus maridos 7920 minutos al año, es decir, casi seis días completos. ¿Las razones? Poca ayuda doméstica, descuido de la salud y el Club de Toby. ¿Sorprendido? No si es hombre y está casado o convive hace un buen tiempo.

En un muy buen artículo del suplemento Tendencias de La Tercera sobre las recriminaciones, citan un libro de la sicoterapeuta estadounidense Molly Barrow. Ella explica que si bien el que te jode lo hace por amor, pues percibe que el otro puede estar causando daño a su propia vida o a la relación, el jodido “no lo siente como amor, sino como desconfianza” y se genera el efecto contrario. Es decir, se refuerza la conducta que se quiere evitar. O sea, hinchar las pelotas no sólo es una tortura sicológica sino que no logra resultados.

Hay una sola cosa buena de toda esta desgracia: son todas iguales, por lo tanto no tiene sentido mirar para el lado. No hay pasto más verde en el vecindario. Un querido pariente, experto en economía, política y tarot, le llama “el black” a este fenómeno. Dejo el tema arriba de la mesa para que él lo desarrolle en las columnas que escribe en un diario vespertino.

A lo que voy es que, más allá del nombre que le pongamos o del sinónimo que le encontremos a la hinchapelotudez, se trata de un asunto tan transversal como atávico, tan pasado como futuro, tan inevitable como insoluble. Es como el Internet Explorer en un computador con Windows: viene de fábrica, por default. Sólo que en este caso no existe ni Chrome ni Firefox como alternativas.

¿Qué hacer? Poner las cosas en perspectiva: si ella es buena compañera, rica en la cama, buena madre y admirable por varias razones, entonces sume, luego reste, vea el resultado, dese con una piedra en el pecho y aguante. Aguante no más.

Por Rodrigo Guendelman

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