Un spot radial de una marca de cecinas utiliza el siguiente diálogo.

Él: “Hola mi amor, vengo muerto de hambre, ¿me puede hacer un sanguchito de jamón, de esos tan ricos que haces tú?”.

Ella: “¿Uno con jamón acaramelado, con queso de cabra, en pan italiano bien crujiente, con mostaza y aceite oliva? Exquisito, ¿no?….lástima que la cocina ya cerró.

Él: ¿Cómo que cerró?

Ella: ¿A ver? ¿Qué dice el letrero? Abierto de doce a nueve. Y son las diez!

Hay que reconocerlo, la campaña es buena porque uno la recuerda con facilidad, incluida la marca. Y funciona porque es provocativa. Nos abofetea con una mujer insoportablemente empoderada, mandona, sacapica y mala onda. Una verdadera yegua, tal como a veces califican las propias mujeres a sus congéneres.

Escuchen bien. Así como a ustedes, señoras, no les gustan los tipos agresivos, celópatas, malos en la cama ni hedionditos, déjenme decirles que a nosotros –y aquí me voy a atrever a representar al resto de los hombres– tampoco nos gustan las yeguas. Nada más insoportable que una feminista insegura, que una mujer con complejo de guardia de seguridad, que una mina  que carece de autoridad y por lo tanto manipula  las pequeñas dosis de poder que le entrega su metro cuadrado.

Así como Summer, la hipster narcisa de “500 días con…” está en retirada, también lo está la mujer que necesita demostrar a cada rato que es shúper independiente, shúper heavy y shúper power. Que quede claro: no nos gustan achoradas, nos gustan choras. No necesitan ostentar con el mango de sartén, pues es evidente que hace rato tienen el control.

Y eso lo aceptamos y lo agradecemos porque, sin necesidad de ladrar (o relinchar, dado el título de esta columna), son extraordinarias madres, esposas, ejecutivas y amantes. Entonces para qué jugar con fuego. Para qué tirarnos el cargamento de misiles si, por muy autosuficientes, ustedes también quieren que las quieran y también necesitan que les hagan nanai y también son mejores personas cuando sus hombres les dicen que las aman y las necesitan.

Nunca una frase tan chula como “hagamos el amor, no la guerra”, tuvo más sentido. Esa es la idea: convivamos en paz, en equilibrio, potenciando lo mejor de cada género. Sin competir, sin apabullar, sin jugar al nuevo rico de la estúpida y demodé guerra de los sexos.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl