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rodrigo guendelman sin señora

En tiempos en que ser hombre no está fácil ni da ningún tipo de bonus, en esta época en que nos indican con el dedo por carecer de habilidades blandas y por no entender cómo funciona el cuerpo ni la mente de la mujer (ni casi nada que tenga ver con ellas), es bueno recordar que hay razones para sentirse orgulloso de haber nacido con más testosterona que oxitocina. Pequeños detalles que hacen la diferencia y que, muchas veces, ellas nos envidian. Aunque no lo reconozcan.

Partamos con el ejemplo más cercano: la navidad. Un hombre puede comprar 10 regalos de navidad en 20 minutos. Y puede hacerlo el mismo 24 de diciembre. No nos complicamos. Tampoco nos esmeramos mucho, es cierto. Lo lindo es que ni siquiera necesitamos hacerlo, pues ellas se encargan, ellas nos relevan de esa insoportable obligación para que haya alguien que se ocupe “como corresponde”. Hasta nos compran el regalo para el amigo secreto de nuestra pega. Ídolas. Y masoquistas.

Dejemos la navidad, que por lo demás ya está muy encima, y sigamos con otros ejemplos. Como éste. Salvo en países con raras costumbres – Brasil es uno de ellos- nuestro apellido no se pierde. Basta con tener un hijo, hombre o mujer, y nos aseguramos la posteridad. Del segundo apellido, seamos realistas, pocos se acuerdan. Mucho empoderamiento femenino habrá, pero los cabros se siguen llamado como el padre.

Otro caso. Y éste sí que les da rabia a ellas: las canas nos hacen vernos más guapos, las arrugas nos dan sabiduría, una ponchera discreta habla de un tipo gozador e interesante y descarta cualquier posibilidad de ser un cabeza de músculo y, si somos pelados, entonces es por exceso de hormonas masculinas y eso habla del toro que llevamos adentro. O sea, ganamos en las buenas y en las malas. Lo cual, dicho sea de paso, nos ahorra plata en peluquería, centros de estética y cirugías plásticas. Mejor aún: sólo nos afeitamos la barba y los bigotes (si queremos). Ellas en cambio, dale que dale con el dolor de la depilación con cera o la inversión en el sistema láser. Y ahora que les dio con el brazilian wax, el asunto ya no es cada quince días, sino que una vez a la semana. Señores, ¿están recuperando la autoestima? Tranquilos, porque falta.

A nosotros nadie nos mira el escote cuando hablamos. Nos miran a los ojos. O, por último, no nos miran. Pero no acostumbramos sentirnos como objetos sexuales. La verdad, no me gustaría ser Doctorada en Economía del MIT, haber estudiado 18 años seguidos, para que mi jefe, mi subalterno y mi compañero de oficina siempre se detuvieran en la zona que queda debajo de mi cuello antes que en las ideas que emanan mis neuronas.

¿Más argumentos de que ser hombre es bueno? Este duele un poco más, pero hasta ellas lo reconocen. Nosotros tenemos un estado de ánimo todo el tiempo. Uno solo. Salvo excepciones muy especiales, no cambia, lo que nos hace previsibles. Será menos excitante, pero eso hace bastante más fácil la convivencia laboral y doméstica. En cambio, señoritas, ¿cómo andamos por casa?.
Vamos por más. Un hombre se puede cortar las uñas en dos o tres luces rojas, en el auto, con un cortauñas comprado en la calle. Suena poco higiénico. pero es cierto. Nuestras socias, en cambio, se “hacen” las uñas. Es decir, gastan más de mil pesos y unos cinco minutos por uña.

Un hombre se abre sus propios jarros de mermelada y miel. Un hombre toma una polilla con sus propias manos, ni siquiera necesita matarla, simplemente la libera en alguna ventana. Un hombre ve en un chocolate un dulce más, no un pecado mortal, la alternativa al sexo o el sinónimo de tres días de gimnasio. Un hombre, aunque sepa poco de autos, va donde un mecánico y éste le cobra un
precio relativamente justo. Un hombre habla treinta segundos por teléfono, ya sea con su madre, su mujer, su hijo o su empleador. Un hombre se va de vacaciones por dos semanas y necesita sólo una maleta. Para un hombre, el planeta es su urinario. Un hombre puede usar shorts o bermudas ya sea alto o bajo, peludo o lampiño, moreno o rubio. Un hombre va a la playa o a la piscina y el hecho de ponerse traje de baño no es tema: no se prepara seis meses, no se preocupa del rebaje, no se pone autobronceante, no sufre por la celulitis ni ve a los demás tipos en traje de baño como enemigos mortales. ¿Quién dijo que ser hombre no era bueno?

Por Rodrigo Guendelman
www.guendelman.cl