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Que un hombre titule una columna de esta manera, lo hace ser inmediatamente sospechoso. Que ese mismo hombre diga que fue a ver la película “Magic Mike” y sintió una profunda envidia por la facha y la increíble manera de bailar del protagonista, lo convierte directamente en un maricón a la vela. Lo tengo claro.

Cada vez que escribo una columna donde critico a mis congéneres y aplaudo alguna cualidad femenina, no faltan los posteos que me invitan a salir del clóset, a asumir el fleto que llevo escondido en mis zapatos y otro tipo de comentarios similares. Es el rollo de la masculinidad pésimamente entendida que hay en gran parte de Latinoamérica y, sin lugar a dudas, en Chile.

Me dio risa leer una columna acerca de “Magic Mike” en este mismo medio, donde el crítico se daba todo tipo de vueltas para decir que él no podía calificar el atractivo físico ni las aptitudes rítmicas de los bailarines de esta gran película de Steven Soderbergh (“En mi condición de heterosexual, puedo juzgar los efectos de las exhibiciones sólo por la reacción de las presuntas espectadoras” explica el señor que se hace llamar Joblar). Esa es la típica respuesta nacional cuando a un hombre le preguntan si un tipo X tiene buena pinta o no: la mayoría de las veces ponemos cara de “no entiendo tu pregunta” o decimos que eso es cosa de mujeres.

Mentira. ¡Bullshit! Claro que sabemos cuando un tipo es buenmozo (palabra directamente gay si la pronuncia un hombre), obvio que en dos segundos nos damos cuenta de si ese otro tiene buen físico o bonita cara, pero nos da un miedo terrible pensarlo y decirlo.

Con los años, y en la medida en que me he sentido cada vez más seguro de quién soy y qué soy, he ido perdiendo este terror estúpido y tercermundista. No tengo ningún problema en decir que un hombre tiene buena facha, buen cuerpo, linda cara o, incluso, que es una persona atractiva, a quien sea que tenga al frente como interlocutor. A veces, cuando estoy rodeado de neandertales, lo hago a propósito, sólo para ver el efusivo bullying que empieza apenas termina mi frase. Y me río, porque veo en esa reacción un miedo espantoso a reconocer en ellos mismos algún rasgo de homosexualidad.

Creo que ahí apunta el problema. El día en que entendí que yo era cien por ciento heterosexual pero que, de haber sido homosexual, también lo habría vivido en un cien por ciento y con un tremendo orgullo, perdí las pocas trancas que me quedaban.

De hecho, se me ocurre un tema muy relacionado con todo esto pero que sólo dejaré enunciado, pues da para otra columna. Es el siguiente: considerando que la parte más sensible, más erógena, más placentera del hombre no es ni su pene ni sus testículos ni nada de eso, sino que algo que está al otro lado de esa zona del cuerpo, ¿cuántas veces ha escuchado confesar a un macho, uno que gusta únicamente de las mujeres por cierto, que ha sentido placer por detrás? Apuesto que nunca o muy poco, porque si el hecho de decir que otro tipo es guapo nos hace tiritar, enfrentarnos a nuestro rincón más oscuro y misterioso simplemente nos aniquila.

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl