Hola Valentina. No tengo el gusto de conocerte en persona, pero de todas maneras  quiero usar esta columna para dedicarte algunas palabras.

La noche del viernes 18 de mayo estuviste en ese programa nocturno que muchos niegan ver pero que no se pierden nunca. Hablaban de tu vida sexual. Y me parece que los animadores fueron bastante claros en decir que respetaban tus decisiones y que no había nada que criticar al respecto. Bien por ellos.

A esa hora yo me encontraba tuitiando en el computador (soy más adicto a Twitter que a Primer Plano, lo que no me hace mejor ni peor, o quizás sí, me hace peor, porque la tele al menos se puede mirar con más gente) y empecé a ver en mi timeline (línea de tiempo) una avalancha de insultos y bromas de mal gusto hacia tu persona.

Muchos hombres y no pocas mujeres te trataban, básicamente, de puta. Y déjame decirte que yo tengo la mejor opinión de las putas y hasta creo que el adjetivo es un halago, pero sé que los que te llamaban de esa manera usaban la palabra de cuatro letras como una forma de menospreciarte, de burlarse.

Te doy algunos ejemplos de las cosas que leí: “Vale Roth es rica por que tiene una dieta baja en arqueros, come sólo delanteros”; “Lo bueno es que Vale Roth puede juntar su propio álbum del Torneo de Apertura…y hasta tendría laminas para cambiar”; “Vale Roth tiene el gen del futbolista perfecto en su útero”, “A Vale Roth le dicen el verbo, porque tiene un pasado imperfecto”, “Vale Roth tiene más futbolistas que Felicevich”.

Podría seguir, pero creo que queda más que claro: los mismos que pagarían lo que no tienen por acostarse contigo, te ladran desde la tribuna del perdedor. Y las mismas que pagarían por tirarse al más feo de los tipos que has tenido en tu cama, te escupen desde el rincón de las envidiosas.

Eres libre, eres linda, eres deseada, sientes deseo, compartes tu cuerpo con quién te da la gana y cuando lo decides, y más encima te das el lujo de cobrar mucha plata por hablar de lo que tú y sólo tú decides comentar con los medios de comunicación.

Quiero contarte una anécdota. Hace unos quince años, cuando era soltero y muy joven, invité a salir a una mujer. Al rato me llamó un conocido para hacerme una advertencia. “Ojo, la mina es conocida por hacerle sexo oral a todos los tipos con que sale”, me dijo. Y agregó, “si vas a salir con ganas de algo serio con ella, yo que tú lo pienso”.

No me cabe duda que, desde su visión personal de la vida, este conocido me dio el consejo con cariño, con deseos sinceros de ayudar. ¿Sabes cuál fue mi respuesta? “Me encantan las mujeres que saben hacer buen sexo oral”. Cuento corto: efectivamente ella era brillante en la materia y no sólo salimos una vez, sino que pololeamos más de un año.

A mí me parecía exquisito que tuviera mucha experiencia con hombres y que se hubiera acostado con hartos. Total, era yo el que me llevaba el pozo acumulado, ya fuera por una noche, por un mes o por el resto de la vida. La misma suerte deben tener tus amantes o tus pololos: se encuentran con una mujer sin inhibiciones, con experiencia, que sabe usar su boca, sus manos, sus labios, su cuerpo.

Qué cosa más rica. Qué suerte la de ellos, sean 4, 40 ó 400. Valentina, ¿puedo ser muy patudo y proponerte dos ideas que, en realidad, son dos consejos?. Con humildad y puras buenas vibras, aquí van. Primero: Mujeres sin ataduras como tú merecen involucrarse con hombres igual de libres. Descarta, apenas lo huelas, a los misóginos, a los celópatas, a los que pretendan decirte cómo vivir, a los que osen prohibirte ir a tal lado o ponerte cierta ropa. Búscate hombres con los cojones bien puestos, seguros de sí mismos, que se sientan orgullosos hasta el Everest de estar contigo.

Segundo: sigue haciendo lo que quieras, cójete al que te guste, pololea con cien, prueba todo lo que tengas que probar para que, más adelante, cuando estés más grande (tipo 30 ó 35) puedas aumentar las probabilidades de éxito en una relación de pareja estable y con proyección. Si te interesa, claro. Si no, juega, ríete y pásalo chancho hasta el último de tus días. Eso sí, con condón. Un beso y un abrazo, R.

Por Rodrigo Guendelman

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