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La explicación me la da un hombre que tiene un cargo importante en una conocida marca de autos. “No te imaginas la cantidad de gente que se compró un auto de lujo y que hoy no puede pagarlo. Son muchísimos los tipos que hoy están en cobranza judicial por el auto que compraron en cuotas”. No todo lo que brilla es oro es lo primero que se me ocurre. Cuántos hombres –porque acordemos que somos nosotros los que hacemos esta prolongación inconsciente entre nuestro pene y nuestro vehículo- que hoy vemos en las calles de Chile, tirando pinta en un Lexus, un Audi, un Mini o un BMW, apenas pueden pagar la patente de ese juguete o derechamente no son capaces de pagar la mantención. Algo que no estuvo en sus primeros cálculos, cuando sólo pensaron en la cuota mensual (24 cuotas? 36? 48?) pero no agregaron los gastos variables ni los otros gastos fijos en la estrategia aspiracional.

Peor aún. ¿Cuántos chilenos tienen hoy una casa que vale veinte, quince o diez veces su auto? ¿O incluso menos, lo que es peor por cada dígito que disminuye? Hagamos el siguiente ejercicio: usted tiene un departamento de 5 mil UF (115 millones de pesos) y anda en un auto de 18 millones, digamos un Audi A4. Su relación es poco más de seis veces. Es decir, con seis autos iguales, se compra su departamento. Si consideramos que a diferencia de los bienes raíces, que tienden a subir de precio en el tiempo o al menos a mantenerse, un auto nuevo pierde el 19% de su valor en el momento de comprarlo (es caro el olor a nuevo, ah?) y se deprecia al menos un 10% al año, eso significa que usted está pagando caro, muy caro, por gastar en su imagen en vez de invertir en su patrimonio.

Eso es lo que más me impresiona: cómo tantos chilenos estamos botando tanta plata en imagen, en status, en la forma, con todo el stress y problemas somáticos que implica vivir de la apariencia, mientras nos olvidamos de ahorrar, de invertir en vez de gastar, de prepararnos para las vacas flacas que siempre, inexorablemente, vuelven. Estamos enfermos de la imagen y, es tan patético, que ya ni siquiera un auto medianamente caro sirve para impresionar porque hay muchos. Cada vez más. Entonces llegan los Aston Martin y los Maserati para poder subir un peldaño más en la escala del “mira lo bien que me va, pos hueón”. Pero después uno se entera de que en la jerga de los tuercas ultra ricos, el Ferrari es el wannabe, el que pretende ser; en cambio el Lamborghini es “el” auto de los autos deportivos. O sea, siempre hay algo más arriba, un grado más en la competencia por mostrar quién la tiene más grande.

Así estamos en este país, en plena competencia de quién mea más lejos. Una mezcla de infantilismo con inseguridad galopante. Un tsunami de arribismo cuyo resultado en el futuro es incierto, pero que hoy ya significa que el énfasis está puesto en las “lucas” y no en la calidad de vida, en el “la hice” y no en el “me siento bien”, en los fierros y no en la cultura. Algo que ayuda a la prepotencia y a  la nula conciencia cívica que se ven día a día. Y, sin duda, a aumentar la sensación de desigualdad y de que el chancho está mal pelado.

Le propongo que haga el ejercicio. En serio. Calcule su “ratio”, es decir su relación casa/auto y evalúe. Piense. Mírese en el espejo. Y vea si está pensando en su futuro y en el de su familia o está mucho más preocupado de que le miren la joyita en el taco. Póngale número y cabeza fría a sus decisiones. Piense que las crisis son cíclicas, es decir, van y vienen. Y actúe. A su gusto. Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato.

Por Rodrigo Guendelman

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