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El 2012 tomé varias decisiones que ciertas personas etiquetaron como “valientes”, no sé si será así, pero cerré un ciclo personal y profesional…hice un alto en el camino. ¡Uf que me alivió en cuerpo y alma!

Es así como experimenté el desapego, disfrutar más el presente  y no enfocarse ni dejarse arrastrar obsesivamente por el trabajo, estudios, compromisos familiares, sociales y más. Comprendí que las cosas deben llegar a la vida cuando realmente estamos preparados y no encauzarnos tanto en obtener éxitos profesionales y materiales, algo que agota bastante. No significa que haya que ser conformista, pero sí tomarlo con más calma y sino resulta a la primera ya llegará el momento indicado.

Pero para realmente entenderlo, el año pasado, viajé (física y espiritualmente) me reencontré conmigo y mis afectos, necesitaba “cambiar de aire”.

Estaba perdida, achacosa, mal genio, mañosa, y el invierno fue mi estación sanadora. Me refugié en sus brazos, no sufrí con sus mañanas frías ni lluviosas, ya que podía estar en el calor de mi hogar largas horas dándole vueltas a situaciones pasadas, buenas y malas. Sobre todo las dolorosas, esas que no me había detenido a interiorizar de verdad y luego las solté.

A veces me desaparecía y caminaba, caminaba, caminaba…buscando explicaciones. Fueron llegando de a poco, sin prisas. Reí y lloré, sola y en compañía, compartí con mi círculo más cercano y a la vez mi vida social se redujo, necesitaba el silencio.

Me alejé de personas que me decepcionaron, conocí a nuevas, y también me sorprendí de otras con las que cultivé la confianza con el paso de los meses.

En primavera mi energía “floreció”, me sentía renovada y de gran ayuda fue mi amiga Ji quien con sus palabras me hizo comprender que el 2012 era un año complicado, de trabajo interno para muchos y que colectivamente debíamos apoyarnos. Por eso me extendió una invitación y nos reunimos a celebrar la llegada de las flores, colores y brisa, tomando conciencia de lo vivido, linda experiencia.

Creo firmemente que hacer una pausa y detenernos a observar cómo estamos y qué hemos hecho de nuestra vida es un ejercicio muy beneficioso, no sólo para uno sino que también para quienes nos rodean, ya que si nos sentimos bien lo proyectamos a los demás entregándoles la mejor de las energías y a la vez les otorgamos una mirada optimista de una situación en particular. Siempre es grato regalar y recibir una sonrisa.

Ahora, en el mes de mayo, puedo afirmar que soy afortunada de todo lo que he experimentado a mis 32 años y confío en que cada paso, cada decisión y cada persona que me ha acompañado o acompañará será un aporte que me permite decir gracias por un nuevo día…

Por Sandra Barrueto

@SFBarrueto